Autor: B. B. Warfield

Traductor: Valentín Alpuche

Revisión: Manuel Bento y Francisco Campos

1.    Creo que Dios, desde la creación de su mundo, ha revelado claramente a través de las cosas que Él ha hecho, su eterno poder y naturaleza divina, y los requisitos de su ley, de modo que no hay excusa para la incredulidad o la desobediencia por parte de ningún hombre; sin embargo, por gloriosa que sea esta revelación, no es suficiente para dar el conocimiento de Dios y de su voluntad que son necesarios para la salvación.

2.    Creo que mi único objetivo en la vida y en la muerte debe ser glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre; y que Dios me enseña cómo glorificarlo y disfrutar de Él en su Palabra inerrante, es decir, la Biblia. Él ha dado la Biblia por la inspiración infalible de su Espíritu Santo para que pueda conocer correctamente lo que debo creer acerca de Él y lo que requiere de mí.

3.    Creo que todo el consejo de Dios con respecto a todas las cosas que son necesarias para su propia gloria, la salvación, la fe y la vida del hombre, está expresamente establecido en las Escrituras, o puede deducirse de ellas por medio de una buena y necesaria consecuencia. A las Escrituras no debe añadirse nada en ningún momento, ya sea por supuestas nuevas revelaciones del Espíritu o por las tradiciones de los hombres.

4.    Creo que Dios autentificó a sus profetas y apóstoles como agentes de revelación por actos poderosos de su poder, como señales por las cuales todos los hombres deben confesar, con respecto a aquellos que están dotados de tal poder: «sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él». Y creo que el gran derramamiento de esos milagros mostrados en el ministerio de Cristo y sus Apóstoles significó la irrupción en la historia del reino prometido de Dios. Este reino, cuando se establezca en su plenitud, resultará en la renovación milagrosa de toda la creación. Y creo que, hasta ese momento, Dios sigue obrando en llevar a hombres y mujeres a ese reino por medio de la obra sobrenatural de la regeneración.

5.    Creo que, debido a que Dios ha completado su revelación en Jesucristo, las formas anteriores de revelar su voluntad ya han cesado. Y debido a que el establecimiento final y manifiesto de su reino está por venir, Dios ahora elige no mostrar públicamente su poder milagroso. Sin embargo, creo que Dios sostiene y gobierna directamente su creación a cada momento; que Dios suple fielmente las necesidades de su pueblo a través de su constante cuidado providencial; y que a menudo los bendice con providencias especiales por las cuales fortalece su fe y muestra al mundo su amor especial por ellos.

6.    Creo que Dios es un Espíritu, infinito, eterno e inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad; incomparable en todo lo que Él es; un solo Dios, pero en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Él es mi Creador, mi Redentor y mi Santificador, y puedo confiar con toda seguridad en su poder, sabiduría, rectitud, bondad y verdad.

7.    Creo que Dios en sí y por sí mismo tiene toda la vida, gloria, bondad y bienaventuranza; y es todo suficiente solo en sí y para sí mismo, sin necesitar de mí, o derivar ninguna gloria de mí, sino sólo manifestando su propia gloria en, por, hacia y sobre mí en Cristo Jesús; y que Él tiene el dominio más soberano sobre mí, para hacer por mí, para mí, o sobre mí lo que Él quiera.

8.    Creo que Dios desde toda la eternidad, por el más sabio y santo consejo de su propia voluntad, ordenó libre e inmutablemente todo lo que sucede; sin embargo, Dios no es el autor del pecado ni se hace violencia a la voluntad de la criatura; y confiando en el decreto de Dios, yo que soy llamado de acuerdo con su propósito, puedo estar seguro de que todas las cosas obrarán juntas para mi bien.

9.    Creo que los cielos y la tierra, y todo lo que hay en ellos, son obras de la mano de Dios; y que todo lo que Él ha hecho lo dirige y gobierna en todas sus acciones, para que cumplan el fin para el cual fueron creados; y yo que confío en Él no seré avergonzado, sino que puedo descansar con seguridad en la protección de su amor todopoderoso.

10.   Creo que Dios creó al hombre a su propia imagen, en conocimiento, justicia y santidad, y que todos los hombres le deben a su Creador gratitud y adoración; sin embargo, Dios condescendió, haciendo un pacto con el hombre, para que los hombres pudieran conocer a Dios, no sólo como Creador, sino como su bienaventuranza y recompensa. Y creo que, aunque el requisito de este pacto, que se originó bajo Adán, era la obediencia, Dios se complació, de acuerdo con su sabio y santo consejo, permitirle desobedecer, con el propósito de ordenar esto para su propia gloria; de modo que fue por pecar voluntariamente contra Dios que yo, en Adán, perdí las recompensas de uno que guarda el pacto, y sufrí las maldiciones debidas a uno que quebranta del pacto. Por lo tanto, mi única esperanza de salvación es que Cristo, el segundo Adán, haya guardado el pacto, asegurando sus recompensas para los elegidos, entre los cuales por gracia soy contado.

11.   Creo que, al estar caído en Adán, mi primer padre, soy por naturaleza un hijo de ira, bajo la condenación de Dios y corrompido en cuerpo y alma, propenso al mal y susceptible a la muerte eterna; de cuyo terrible estado no puedo ser liberado salvo por medio de la gracia inmerecida de Dios mi Salvador.

12.   Creo que Dios no ha dejado que el mundo perezca en su pecado, sino que, por el gran amor con el que lo ha amado, ha elegido desde toda la eternidad para sí mismo una multitud que ningún hombre puede contar, para librarlos de su pecado y miseria, y de ellos edificar de nuevo en el mundo su reino de justicia; en cuyo reino puedo estar seguro de que tengo mi parte si me aferro a Cristo el Señor.

13.   Creo que Dios ha redimido a su pueblo para sí mismo por medio de Jesucristo nuestro Señor; quien, aunque fue y sigue siendo el Eterno Hijo de Dios, nació de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que están bajo la ley. Creo que Él llevó el castigo debido a mis pecados en su propio cuerpo en el madero, y cumplió en su propia persona la obediencia que debo a la justicia de Dios, y ahora me presenta ante su Padre como posesión adquirida suya, para alabanza de la gloria de su gracia para siempre; por lo tanto, renunciando a todo mérito propio, pongo toda mi confianza sólo en la sangre y la justicia de Jesucristo mi redentor.

14.   Creo que Jesucristo, mi redentor, que murió por mis ofensas, resucitó para mi justificación, y ascendió a los cielos, donde está sentado a la diestra del Padre Todopoderoso, intercediendo continuamente por su pueblo, y gobernando el mundo entero como cabeza sobre todas las cosas para su Iglesia; para que no tenga que temer al mal y que sepa con certeza que nada puede arrebatarme de sus manos y nada puede separarme de su amor.

15.   Creo que la redención obrada por el Señor Jesucristo se aplica de manera efectiva a todo su pueblo por el Espíritu Santo, quien obra la fe en mí y por lo tanto me une a Cristo, me renueva en todo a imagen de Dios, y me capacita cada vez más para morir al pecado y vivir para la justicia; hasta que, habiéndose completado su obra de gracia en mí, sea recibido en gloria; y permaneciendo en esa gran esperanza, siempre debo esforzarme por perfeccionar la santidad en el temor de Dios.

16.   Creo que Dios requiere de mí, bajo el evangelio, primero que todo, que, por un verdadero sentido de mi pecado, miseria y comprensión de su misericordia en Cristo, me aleje con dolor y odio del pecado y reciba y descanse solo en Jesucristo para la salvación; para que, estando unido a Él, reciba perdón por mis pecados y sea aceptado como justo a los ojos de Dios, sólo por la justicia de Cristo imputada a mí y recibida únicamente por la fe; solo de esta manera creo que soy recibido en el número de los hijos de Dios, y tengo derecho a todos los privilegios de estos.

17.    Creo que, habiendo sido perdonado y aceptado por causa de Cristo, se me exige además que ande en el Espíritu que Él ha adquirido para mí, y que por su amor derrama en mi corazón; cumpliendo la obediencia que le debo a Cristo mi Rey; realizando fielmente todos los deberes que me ha sido impuesto por la santa ley de Dios, mi Padre celestial; y siempre reflejando en mi vida y conducta el ejemplo perfecto que me ha dado Cristo Jesús mi líder, quien ha muerto por mí y me ha concedido su Espíritu Santo para hacer las buenas obras que Dios ha preparado de antemano para que ande en ellas.

18.   Creo que Dios ha establecido a su Iglesia en el mundo, que es una y la misma en todas las épocas, y ahora, bajo el Evangelio, la ha dotado del ministerio de la Palabra y las santas ordenanzas del Bautismo, la Cena del Señor y la oración; para que a través de estos medios, las riquezas de su gracia en el evangelio puedan darse a conocer al mundo, y por la bendición de Cristo y la obra de su Espíritu en quienes las reciben por fe, los beneficios de la redención puedan ser comunicados a su pueblo; por lo que también se me exige que participe de estos medios de gracia con diligencia, preparación y oración, para que a través de ellos sea instruido y fortalecido en la fe, en santidad de vida y en amor; y que con mis mejores esfuerzos lleve este evangelio y transmita estos medios de gracia a todo el mundo.

19.   Creo que la Iglesia visible está formada por todos aquellos que, por profesión de fe y junto con sus hijos, están unidos a Cristo, Cabeza de la Iglesia; y que la unidad visible del cuerpo de Cristo, aunque oscurecida, no es destruida por su división en diferentes denominaciones de cristianos profesantes. Por lo tanto, creo que todos estos que mantienen la Palabra y los Sacramentos en su integridad fundamental deben ser reconocidos como verdaderas ramas de la Iglesia de Jesucristo.

20.   Creo que sólo Dios es Señor de la conciencia, y que la ha dejado libre de las doctrinas y mandamientos de hombres, que en cualquier aspecto sean contrarios a su Palabra, o añadidos a ella en asuntos de fe o adoración. Creo, por lo tanto, que los derechos de juicio privado en todos los asuntos con respecto a la religión son universales e inalienables, y que ninguna constitución religiosa debe ser apoyada por el poder civil, más allá de lo que sea necesario para la protección y seguridad por igual y común a todas las demás religiones.

21.    Creo que la Iglesia es el ministro espiritual de Dios para el propósito de la redención, y el Estado es el ministro providencial de Dios para el propósito del orden en el mundo. El poder de la Iglesia es exclusivamente espiritual; el del Estado incluye el uso de la fuerza. La constitución de la Iglesia se deriva exclusivamente de la revelación divina; la constitución del Estado debe estar determinada por la razón humana y el curso de los acontecimientos providenciales. Por lo tanto, creo que la Iglesia no tiene derecho a construir o modificar un gobierno para el Estado, y el Estado no tiene derecho a elaborar un credo o política para la Iglesia.

22.    Creo que los discípulos de Jesucristo están llamados a ser sus testigos en el mundo, proclamando la justicia y la misericordia de Dios a todos los hombres, y manifestando claramente su gobierno sabio y justo sobre cada aspecto de la cultura humana. Por lo tanto, es mi obligación escudriñar las Escrituras con todas las habilidades que Dios me ha asignado, y buscar, dentro de los límites de mi llamado, aplicar mi comprensión de su Palabra a todo el orden creado y a todos los resultados de su santísima providencia. Y creo que es mi privilegio y deber ejercer una vocación en este mundo que emplee mis dones para la gloria de Dios, y para el bien de mi familia, mi congregación, mi comunidad y, cuando Dios brinde la oportunidad, a cualquiera que pueda estar en necesidad.

23.    Creo que, así como Jesucristo ha venido una vez en gracia, también vendrá por segunda vez en gloria, para juzgar al mundo con justicia y dar a cada uno su recompensa eterna; a los impíos se les pronunciará la temible pero justa sentencia de condenación, en la que sus conciencias estarán plenamente de acuerdo, y serán arrojados al infierno, para ser castigados con indecibles tormentos, tanto en el cuerpo como en el alma, para siempre, junto con el diablo y sus ángeles. Los justos en Cristo serán arrebatados arriba con Cristo, y allí abiertamente reconocidos y absueltos; serán recibidos en el cielo, donde serán liberados plena y eternamente de todo pecado y miseria; llenos de alegrías inconcebibles, hechos perfectamente santos y felices en cuerpo y alma, en la gran compañía de todos los santos de Dios y los santos ángeles, pero especialmente en la visión inmediata de Dios Padre, de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo por toda la eternidad.

24.    Creo que, si muero en Cristo, mi alma en la muerte será perfeccionada en santidad y partirá para estar con el Señor, y, cuando Él regrese en su majestad, seré resucitado en gloria y bendecido perfectamente con el pleno disfrute de Dios por toda la eternidad. Animado por esta bendita esperanza, se requiere de mí que voluntariamente participe en sufrir penalidades aquí como buen soldado de Jesucristo, teniendo la seguridad de que si muero con Él también viviré con Él, si sufro, también reinaré con Él.

Y a Él, mi Redentor,
con el Padre,
y el Espíritu Santo,
Tres Personas, un solo Dios,
sea gloria para siempre, hasta el fin del mundo,
Amén y Amén.

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Originalmente publicado en este enlace.