Autor: Matthew Henry.

Traductor: Valentín Alpuche.

Mateo 6:5-8

En la oración nos relacionamos de una forma más inmediata con Dios que cuando damos limosna, y por eso nos preocupa ser más sinceros. A eso nos dirigiremos acá.

Cuando ores (v. 5). Se da por sentado que todos los discípulos de Cristo oran. Tan pronto como Pablo se convirtió, «he aquí, él ora» (Hechos 9:11). Así como no puedes encontrar un hombre vivo que no respire, tampoco encontrarás un cristiano vivo que no ore. «Por esto orará a ti todo santo» (Salmo 32:6). Si no hay oración, entonces no hay gracia. «Y cuando ores, no seas como los hipócritas, ni harás lo que hacen», v. 2. Ten en cuenta que aquellos que no quieren ser igual que los hipócritas en sus modos y acciones, no deben ser como ellos son en su carácter y temperamento. No se menciona a nadie en específico, pero es posible que el capítulo 23:13 sobre los hipócritas, se refiera especialmente a los escribas y a los fariseos.

Ahora bien, había dos grandes faltas de las que estos eran culpables en la oración, y se nos advierte aquí contra cada una de ellas: la vanagloria (v. 5-6); y las vanas repeticiones, v. 7-8.

I. No debemos ser orgullosos y vanidosos en la oración, ni aspirar a la alabanza de los hombres.  Observemos:

1. Cuál era la costumbre y práctica de los hipócritas. Estaba claro que en todos sus ejercicios de devoción lo principal que pretendían era ser elogiados por sus vecinos y, por lo tanto, llamar la atención hacia sí mismos. Cuando parecían elevarse hacia arriba en oración (y esto es correcto, ya que la oración es el ascenso del alma hacia Dios), aun entonces sus ojos estaban puestos hacia abajo como su presa.  Veamos:

(1.) Cuáles eran los lugares que elegían para sus devociones. Oraban en las sinagogas, que eran lugares apropiados para la oración pública, pero no para la oración personal. Fingían con esto honrar el lugar de sus asambleas, pero tenían la intención de honrarse a sí mismos. Oraban en las esquinas de las calles, las calles anchas (eso significa la palabra), que eran las más frecuentadas. Se retiraban allí como si estuvieran bajo un impulso piadoso que los apremiaba, pero en realidad su fin era hacerse notar. Allí, donde dos calles se encontraban, no solo estaban a la vista de ambas, sino que cada transeúnte que se acercaba a ellos los observaba y escuchaba lo que decían.

(2.) La postura que usaban en la oración; oraban de pie, esta es una postura lícita y apropiada para la oración (Marcos 11:25: «Y cuando estéis orando» [el original tiene: Y cuando estéis de pie orando), pero arrodillarse es el gesto más humilde y reverente, (Lucas 22:41; Hechos 7:60; Efesios 3:14). Pero al estar de pie parecían disfrutar el orgullo y la confianza en sí mismos (Lucas 18:11El fariseo puesto en pie oraba).

(3) Su orgullo al elegir estos lugares públicos, lo cual se expresa en dos cosas: [1.] Les encanta orar allí. No amaban la oración por sí misma, sino que la amaban porque les daba la oportunidad de hacerse notar. A veces las circunstancias pueden ser tales que nuestras buenas obras deben hacerse abiertamente, de modo que somos observado por otros y somos elogiados por ellos; pero el pecado y el peligro es cuando amamos eso, y estamos contentos con ser vistos y elogiados, porque alimenta el orgullo. [2] Lo hacían para ser vistos por los hombres; no para que Dios los aceptara, sino para que los hombres pudieran admirarlos y aplaudirlos; y para que fácilmente pudieran adueñarse de las propiedades de viudas y huérfanos (¿quién no confiaría en hombres tan devotos y orantes?) y que, cuando las tuvieran, pudieran devorarlas sin que sospecharan de ellos (cap. 23:14); y llevar a cabo eficazmente sus designios públicos para esclavizar al pueblo.

(4.) El resultado de todo esto: ya tienen su recompensa. Tienen toda la recompensa que desean, pero no la de Dios, y esa es una pobre recompensa. ¿De qué nos servirá ganarnos la buena opinión de nuestros consiervos, si nuestro Maestro no nos dice: Bien hecho. Pero si en un intercambio tan grande como el que hay entre nosotros y Dios cuando estamos en oración nos conformamos con algo tan pobre como lo es la alabanza de los hombres, es justo que esa sea toda nuestra recompensa. Lo hacían para ser vistos por los hombres, y así era; ese era todo el bien que recibían. Tengan en cuenta que aquellos que buscan ser aprobados por Dios por ser íntegros en su religión no deben tener en cuenta la alabanza de los hombres. No es a los hombres a quienes oramos, ni de ellos que esperamos una respuesta. No deben ser nuestros jueces. Son polvo y cenizas como nosotros, y por lo tanto no debemos poner nuestra mirada en ellos: lo que pasa entre Dios y nuestras propias almas debe estar fuera de la vista. En nuestra adoración en la sinagoga, debemos evitar todo lo que tiende a hacer que nuestra devoción personal sea notable, como ellos hacían, «para que vuestra voz sea oída en lo alto» (Isaías 58:4). Los lugares públicos no son apropiados para la oración privada y solemne.

2. Cuál es la voluntad de Jesucristo en oposición a esto. La humildad y la sinceridad son las dos grandes lecciones que Cristo nos enseña: mas tú, cuando ores, hazlo de esta manera (v. 6). Tú, en particular, sé tú mismo y para ti mismo. Aquí se supone que la oración personal es el deber y práctica de todos los discípulos de Cristo.

Observemos: (1) Las instrucciones aquí dadas al respecto.

[1] En lugar de orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, entra en tu aposento, en algún lugar de privacidad y retiro. Isaac fue al campo (Génesis 24:63), Cristo a una montaña, Pedro al techo de una casa. No hay nada de malo en el lugar donde oramos, pero debemos hacerlo con el fin correcto. Tengan en cuenta que la oración secreta debe realizarse en privado para que no seamos observados, y así podamos evitar la ostentación; para no ser molestados y así evitar ser distraídos; no escuchados, y por lo tanto poder gozar de una mayor libertad. Sin embargo, si las circunstancias son tales que no podemos evitar que se nos vea, no debemos descuidar el deber, para que la omisión del deber no sea un escándalo mayor que la observación del mismo.

[2] En lugar de hacerlo para ser visto por los hombres, ora a tu Padre que está en secreto; «ora para mí» (Zac. 7:5-6). Los fariseos oraban más para los hombres que para Dios. Cualquiera que fuera la forma de su oración, su objetivo era conseguir el aplauso de los hombres y cortejar sus favores. «Bueno, ora a Dios, y que eso sea suficiente para ti. Pídele como Padre, como a tu Padre, listo para escuchar y responder, graciosamente inclinado a compadecerte, ayudarte y socorrerte. Ora a tu Padre que está en secreto». Nótese: En la oración secreta debemos tener la mirada puesta en Dios, ya que está presente en todos los lugares. Él está presente en tu aposento cuando nadie más está allí. Allí está especialmente cerca de ti al invocarlo. Por medio de la oración secreta damos a Dios la gloria por su presencia universal (Hechos 17:24), y podemos obtener el consuelo que viene de ello.

(2.) Los estímulos que aquí se nos han dado para ello.

[1.] Tu Padre ve en secreto; su mirada está sobre ti para aceptarte, cuando el ojo de ningún hombre está sobre ti para aplaudirte. Debajo de la higuera, te vi,  dijo Cristo a Natanael, (Juan 1:48). Vio a Pablo cuando oraba en una calle y casa específicas, (Hechos 9:11). No hay un anhelo secreto y repentino de buscar Dios que no lo vea.

[2.] Él te recompensará en público; los que oran abiertamente ya tienen su recompensa, y tú no perderás la tuya por haberlo hecho en secreto. Se le llama recompensa, pero es por gracia, no es una deuda.  ¿Qué mérito puede haber en la súplica? La recompensa será pública; no sólo la recibirán, sino que la recibirán honorablemente: la recompensa pública es la que a los hipócritas les gusta, pero no tienen paciencia para recibirla; en cambio los que son sinceros son pacientes, y la recibirán en abundancia. A veces las oraciones secretas son recompensadas abiertamente en este mundo de una manera notable, lo que manifiesta a los adversarios que el pueblo de Dios es un pueblo que ora; sin embargo, en el gran día habrá una recompensa pública, cuando todo el pueblo que ora aparecerá en gloria con el gran Intercesor. Los fariseos tuvieron su recompensa ante toda la ciudad, y fue un mero destello y sombra; los verdaderos cristianos tendrán su recompensa ante todo el mundo, ángeles y hombres, y será un peso de gloria.

II. No debemos usar vanas repeticiones en la oración, v. 7-8. Aunque la vida  de oración consiste en levantar el alma y derramar el corazón, sin embargo, las palabras tienen su lugar en la oración, especialmente en la oración conjunta; porque en la oración  las palabras son necesarias, y parece que nuestro Salvador habla aquí especialmente de eso; porque antes dijo, cuando ores,  y ahora aquí dice y orando (está en plural); y la oración  del Señor que sigue es una oración conjunta, y en eso, el que es boca de otros está más tentado a una ostentación de lenguaje y expresión, contra lo cual estamos aquí advertidos;  No uséis vanas repeticiones,  ya sea solos o con otros: los fariseos fingían hacer largas oraciones (cap. 23:14), solo se ocupaban en alargarlas. Ahora observemos:

1. Cuál es la falta que aquí se reprende y se condena; es convertir el deber de la oración en un servicio de labios, el servicio de la lengua, en lugar del servicio del alma. Esto se expresa aquí con dos palabras, Battologia, Polylogia. (1) Repeticiones vanas: tautología, batología, balbuceos ociosos sobre las mismas palabras una y otra vez sin ningún propósito, como Battus, Sub illis montibus erant, erant sub montibus illis;  como aquella imitación de la palabrería de un necio, (Eclesiastés 10:14). Aunque no sabe nadie lo que ha de ser; ¿y quién le hará saber lo que después de él será?, lo cual es indecente y nauseabundo en cualquier discurso, mucho más al hablar con Dios. No se condena aquí la repetición en la oración, sino las vanas repeticiones. Cristo mismo oró, diciendo las mismas palabras (cap. 26:44), con un verdadero fervor y celo, (Lucas 22:44=. Igual Daniel, (cap. 9:18-19). Y hay una repetición muy elegante de las mismas palabras, el Salmo 136. Sirve tanto para expresar nuestros propios afectos como para despertar los afectos de los demás. Pero la repetición supersticiosa de puras palabras, sin tener en cuenta el sentido de ellas, como los papistas lo hacen al repetir tantos Ave Marías y Padrenuestros; o el repaso aburrido y seco de las mismas cosas una y otra vez, simplemente por practicar la oración, y hacer una demostración de afecto cuando realmente no hay ninguna; estas son las vanas repeticiones aquí condenadas. Cuando fingimos decir mucho, pero no podemos decir nada con propósito, esto es desagradable para Dios y para todos los sabios. (2) Hablar mucho, una afectación de la prolijidad en la oración ya sea por orgullo o superstición, o una opinión de que Dios necesita ser informado o instado por nosotros, o por mera locura e impertinencia, porque a los hombres les encanta escucharse hablar. No es que todas las oraciones largas estén prohibidas; Cristo oró toda la noche,(Lucas 6:12). La de Salomón fue una larga oración. A veces hay necesidad de largas oraciones cuando tenemos necesidades especiales; pero simplemente prolongar la oración, como si eso la hará más agradable o convencerá más a Dios, es lo que aquí se condena. No se condena orar mucho; no, se nos pide que oremos siempre, lo que se condena es la palabrería; el peligro de este error es que sólo decimos nuestras oraciones, pero no oramos realmente. Esta advertencia la explica Salomón (Eclesiastés 5:2): sean pocas tus palabras, consideradas y bien ponderadas; Llevad con vosotros palabras de súplica (Oseas 14:2), palabras escogidas (Job 9:14), y no digas todo lo que se te ocurra. 

2. ¿Qué razones se dan en contra de esto?

(1) Esta es la manera de los paganos, como los gentiles; y no conviene a los cristianos adorar a su Dios como los gentiles adoran al suyo. La luz de la naturaleza enseñó a los paganos cómo adorar a Dios; pero volviéndose vanos en su imaginación con respecto al objeto de su adoración. No es de extrañar que se volvieran tan vanos en cuanto a la manera de hacerlo, y particularmente en este caso; pensando que Dios era completamente como uno de ellos mismos, pensaron que necesitaba muchas palabras para hacerle entender lo que se le decía, o para hacer que cumpliera las peticiones de ellos; como si fuera débil e ignorante, y difícil de recibir nuestras súplicas. Así, los sacerdotes de Baal se esforzaron mucho desde la mañana hasta casi la noche con sus vanas repeticiones; Baal, respóndenos; Baal, respóndenos; y  realmente eran vanas repeticiones; pero Elías, en un marco sereno, con una oración muy concisa, prevaleció y Dios envió fuego del cielo primero, y luego agua, (1 Reyes 18:26,36).  El servicio de labios en la oración, aunque siempre muy bien elaborado,  si solo es eso, no es más que servicio perdido.

(2.) «No tiene que ser su manera, porque vuestro Padre que está en los cielos sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis, y por lo tanto no hay ocasión para tal abundancia de palabras. No se deduce que, por lo tanto, no debéis orar; porque Dios requiere que por medio de la oración reconozcas tu necesidad de Él y dependas de Él, y que deseas sus promesas; por lo tanto, debes exponer tu caso, y derramar tu corazón delante de él y dejar que actúe». Consideremos: [1] El Dios al que oramos es nuestro Padre por creación, por pacto; y, por lo tanto, nuestras peticiones a Él deben ser fáciles, naturales y no afectadas. Los niños no suelen hacer largos discursos a sus padres cuando quieren algo. Basta con decir, mi cabeza, mi cabeza(2Reyes 4:19).  Vengamos a él con el carácter de los hijos, con amor, reverencia y dependencia; y entonces no necesitaremos decir muchas palabras, sino las que son enseñadas por el Espíritu de adopción para decir Abba, Padre.  [2] Él es un Padre que conoce nuestro caso y conoce nuestros deseos mejor que nosotros mismos.  Él sabe de qué cosas tenemos necesidad; sus ojos recorren la tierra para observar las necesidades de su pueblo (2Crónicas 16:9), y a menudo responde antes que clamen (Isaías 65:24), y nos da más de lo que pedimos (Efesios 3:20). Y si no da a su pueblo lo que piden, es porque sabe que no lo necesitan, y que no es para su bien; y para eso Él es mejor juez que nosotros mismos. No necesitamos ser dilatados, ni usar muchas palabras para representar nuestro caso; Dios lo conoce mejor de lo que podemos decirle, sólo quiere saberlo de nosotros (¿qué queréis que os haga?, Mateo 20:32); y cuando le hayamos dicho lo que es, debemos decirle:Señor, delante de ti están todos mis deseos(Sal. 38:9). A Dios no se le puede acercar por lo largo de nuestras oraciones, y las intercesiones más poderosas son aquellas que se hacen con gemidos indecibles, (Romanos 8:26). No debemos prescribir, sino suscribirnos a Dios.

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