Autor: Michael J. Kruger.

Traductor: Martín Bobadilla.

El Antiguo Testamento ha pasado por momentos difíciles últimamente. Muchos lo consideran un libro cascarrabias, legalista, violento, confuso y quizá, sobre todo, aburrido. Como dijo el ateo Richard Dawkins, «El Dios del Antiguo Testamento es posiblemente el personaje más desagradable de toda la ficción».

A este tipo de quejas se suman las dudas sobre la veracidad histórica del Antiguo Testamento. ¿Debemos creer realmente en la existencia literal de Adán y Eva? ¿Un diluvio universal?  ¿Sodoma y Gomorra? A la gente le cuesta creer que estas cosas sucedieran realmente.

Lamentablemente, las críticas no provienen sólo de los que no son cristianos. Incluso los creyentes, si somos sinceros, tenemos a veces esas reservas que nos hacen retorcernos en el asiento sobre lo que leemos en el Antiguo Testamento. Y ese sentimiento no se ve favorecido cuando los líderes evangélicos populares sugieren que el Antiguo Testamento no importa mucho de todos modos.

Así que, en medio de tanta mala prensa, puede ser oportuno preguntarse qué pensaba Jesús del Antiguo Testamento. Si Jesús es quien dice ser, entonces su opinión debería influir mucho en la nuestra. ¿Estaría de acuerdo con las preocupaciones anteriores? ¿Deberíamos abandonar el Antiguo Testamento?

De ninguna manera. He aquí tres cosas que Jesús creía acerca del Antiguo Testamento:

1. El Antiguo Testamento era histórico. En general, Jesús consideraba que el Antiguo Testamento hablaba de personas que realmente existieron y de hechos que realmente sucedieron. Claro, hay porciones poéticas (por ejemplo, los Salmos) y porciones apocalípticas que son altamente simbólicas (por ejemplo, Ezequiel), pero Jesús entendía que las porciones históricas eran, sin duda, históricas.

Como muestra, Jesús se refiere a Adán y Eva, Abel, Noé (y el diluvio), Abraham, Sodoma y Gomorra, Lot, Isaac y Jacob, Moisés, el maná en el desierto, la serpiente en el desierto, David comiendo pan sagrado, Salomón, Elías, Eliseo, Jonás, Zacarías, y más.

2. El Antiguo Testamento tenía autoridad. En todas las disputas y debates de Jesús (y hubo muchos), el máximo tribunal de apelación fue siempre lo que las Escrituras tenían que decir.  Curiosamente, esto era una realidad aceptada incluso por los enemigos de Jesús. A pesar de todos sus desacuerdos teológicos, nunca discreparon sobre el papel de las Escrituras como autoridad suprema.

Por ejemplo, cuando los saduceos le preguntaron, «¿De quién será mujer?» (sin duda, la que consideraban su pregunta teológica más difícil para «dejar perplejo» a Jesús públicamente), Jesús respondió con un simple, «¿No habéis leído…?», seguido de una cita de Éxodo (Mt 22:28-32).

De hecho, esta pauta de basarse en las Escrituras del Antiguo Testamento fue una característica definitoria del ministerio de Jesús. Incluso en su propia tentación en el desierto, no depende de su propia sabiduría, sino que apela sistemáticamente a la sabiduría y la autoridad de las Escrituras (Mt 4:1-11).

3. El Antiguo Testamento era inspirado. Además, Jesús afirmó con toda claridad que el Antiguo Testamento contiene las palabras del propio Dios. Cuando habla, habla Dios. Tomemos, por ejemplo, Mt 19:4, ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo…?»

En este pasaje, Jesús cita claramente Gn 2:24. Pero lo que a menudo se pasa por alto es que atribuye las palabras de Gn 2:24 a Dios mismo ¡aunque Dios no está hablando en ese pasaje!  Es simplemente el «narrador». Así, en la mente de Jesús, todas las palabras de la Escritura son palabras de Dios.

Por eso Jesús puede decir cosas como, «La Escritura no puede ser quebrantada» (Jn 10:35), y «hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.» (Mt 5:18). El Antiguo Testamento era claramente un libro divino.

Entonces, ¿qué hacemos con el testimonio de Jesús? Lo más importante es que nos haga replantearnos nuestra actitud hacia el Antiguo Testamento. En lugar de leerlo tapándonos la nariz, como cuando decimos: «tómate la medicina», debemos reconocer que Jesús lo veía como la maravillosa y vivificante Palabra de Dios.

Recuerda que fue del Antiguo Testamento de lo que Jesús habló cuando dijo: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4:4; Dt 8:3).

En pocas palabras, si él amaba la ley de Dios, nosotros también deberíamos hacerlo.

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Originalmente publicado en este enlace.