La polémica del bautismo de infantes

 

Benjamin B. Warfield

 

Traductor: Valentín Alpuche

Revisión: Manuel Bento, Jorge De Sousa

 

 

La cuestión acerca de los sujetos del bautismo es de aquella clase de problemas que dependen de una pregunta anterior para solucionarse. Según sea nuestra doctrina de la iglesia, así también será nuestra doctrina de los sujetos del bautismo. Si creemos, junto con la iglesia de Roma, que la iglesia es la institución de la salvación, de modo que nadie está unido a Cristo salvo a través de la instrumentalidad de sus ordenanzas, entonces inevitablemente determinaremos los sujetos propios de sus ordenanzas de una manera. Si, por otro lado, creemos junto con los cuerpos protestantes que solamente aquellos ya unidos a Cristo tienen el derecho a sus privilegios y a estar dentro de su casa, inevitablemente los determinaremos de otra manera.

 

Es fácil que todos los protestantes estén de acuerdo en que solamente los hijos de Cristo tienen derecho a la ordenanza del bautismo. El desacuerdo aparece solo cuando inquirimos cómo debe proceder la iglesia externa con respecto al reconocimiento de los hijos de Cristo.

 

Si decimos que la actitud de la iglesia debe ser tan exclusiva como sea posible, y que tiene que recibir como hijos de Cristo solo a aquellos a quienes se vea forzada a reconocer como tales, inevitablemente, reduciremos el círculo de los sujetos del bautismo a sus límites más estrechos. Si, por otro lado, afirmamos que la actitud de la iglesia debe ser tan inclusiva como sea posible, y que debe recibir como hijos de Cristo a todos aquellos a quienes, según el juicio de la caridad, pueda razonablemente reconocer como tales, entonces naturalmente extenderemos el círculo de los sujetos del bautismo a límites muchos más amplios.

 

La primera actitud representa, generalmente hablando, la idea puritana de la iglesia; la segunda, la doctrina protestante general. Los bautistas son llevados a excluir a los infantes del bautismo en base a la concepción puritana de la iglesia, ya que si debiéramos demandar algo como evidencia demostrativa de la actual participación en Cristo antes de bautizar, ningún infante, los cuales por razón de su edad son incapaces de presentar señales de su unión con Cristo, podría ser considerado como un sujeto apropiado del rito.

 

El vicio de este sistema, sin embargo, es que intenta lo imposible. Ningún hombre puede leer el corazón. Como consecuencia se desprende que nadie, sin importar cuán clara sea su manifestación de las virtudes cristianas, es bautizado en base de un conocimiento infalible de su relación con Cristo. Todo bautismo se administra inevitablemente, no sobre la base del conocimiento, sino de la suposición o presunción. Y si tenemos que bautizar basados en la presunción, todo el principio en cuestión pierde fuerza; parecería entonces que tenemos que bautizar a todos aquellos a quienes suponemos justamente que son miembros del cuerpo de Cristo.

 

En este estado del caso, seguramente no resulta práctico afirmar que solo puede existir un fundamento sobre el cual erigir una suposición justa de inclusión en el cuerpo de Cristo, a saber, la profesión personal de fe. Sin lugar a duda, una profesión humana no es la base más sólida sobre la cual edificar que una promesa divina. Por lo tanto, tan pronto como se entiende que bautizamos con base en la suposición y no con base en el conocimiento, es inevitable que bauticemos a todos aquellos de quienes, por cualquier razón, abriguemos razonablemente una buena suposición o presunción de que pertenecen al pueblo de Dios. Y esto a buen seguro incluye a los hijos infantes de los creyentes, para quienes, de acuerdo con el favor de Dios, existen muchas preciosas promesas sobre las cuales los padres piadosos (tanto padres bautistas como otros) descansan con fe devota.

 

A esta sólida prueba de la legítima inclusión de los niños infantes de los creyentes entre los sujetos del bautismo, se agrega lo que inevitablemente implica la continuidad de la iglesia de Dios desde su comienzo hasta su consumación, tal como se enseña en las Escrituras; también la innegable inclusión en su forma pre-cristiana, dentro de los límites de esta iglesia y como participantes de sus privilegios (incluyendo el rito paralelo a la circuncisión) de los hijos infantes del rebaño, sin ninguna pista subsecuente de su exclusión.

 

Además se añade la evidencia histórica de la prevalencia en la iglesia cristiana de la costumbre de bautizar a los hijos infantes de los creyentes, desde las épocas más tempranas hasta este día. La manera en que esto es tratado por Agustín y los pelagianos en su controversia, por Cipriano en su carta a Fido, y por Tertuliano en su tratado sobre el bautismo, no deja lugar a dudas de que el bautismo de infantes era una práctica (en el tiempo en que cada uno de estos escritores escribió) tan universal e incuestionable entre los cristianos en general como lo es hoy, mientras que, dondequiera se le objetaba, la objeción parece haber descansado en uno u otro de dos errores contrapuestos:

 

  • ya sea una estimación excesiva de los efectos del bautismo, o
  • una estimación demasiado baja de la necesidad de la salvación de los infantes.

 

Sobre líneas como estas se puede esgrimir un argumento positivo convincente a favor del bautismo de infantes, para cuyo apoyo pueden invocarse cualesquiera alusiones poco claras que se puedan encontrar en el Nuevo Testamento mismo. Y es sobre estas líneas que se ha conducido con mucho éxito este argumento, como puede verse al consultar el tratamiento de la materia en cualquiera de nuestras obras estándares sobre teología sistemática, como, por ejemplo, la del Dr. Charles Hogde. Se me ocurre que es posible presentar un apoyo adicional para las conclusiones obtenidas positivamente, al observar la insuficiencia del caso en contra del bautismo de infantes tal y como es sustentado por los mejores oponentes capacitados de dicha práctica.

 

Parece que no hay mejor manera de exhibir esta insuficiencia que someter la presentación de los argumentos contra el bautismo de infantes, tal como son declarados por uno de sus oponentes más representativos, a un análisis continuo. He seleccionado para este propósito la declaración dada en la «Teología Sistemática» del Dr. A. H. Strong. Lo que ese escritor eminentemente bien informado y juicioso nos presenta contra el bautismo de infantes, bien puede creerse que sea de un peso comparativamente pequeño como argumento en contra de la doctrina y práctica. De modo que si no nos convencen los argumentos que presenta, nos contentaremos con la posición que ya tenemos.

 

El Dr. Strong abre el tópico de «Los sujetos del bautismo», con la declaración de que «los sujetos propios del bautismo son solamente aquellos que dan una evidencia creíble de que han sido regenerados por el Espíritu Santo –o, en otras palabras, que han entrado por fe a la comunión de la muerte y resurrección de Cristo». Una declaración que si, al igual que el lenguaje ordinario de las Escrituras, tiene el propósito de referirse solamente a los adultos a quienes va dirigida, sería suficientemente normal; pero el «solamente» nos alerta a sospechar que es más inclusiva en su propósito. Esta declaración va seguida inmediatamente por la organizada «prueba de que solamente las personas que dan evidencia de ser regeneradas son los sujetos propios del bautismo». Esta prueba se deriva:

 

  1. Del mandato y ejemplo de Cristo y sus apóstoles que muestra: Primero, que solamente deben bautizarse aquellos que previamente han sido hechos discípulos… Segundo, que solamente deben bautizarse aquellos que previamente se han arrepentido y creído…
  2. De la naturaleza de la iglesia: como una compañía de personas regeneradas…
  3. Del simbolismo de la ordenanza: que declara un cambio espiritual previo en aquel que se somete a ella.

 

Cada uno de estos puntos es apoyado por textos de la Escritura, aunque algunos de ellos sin duda están fuera de lugar. Como, por ejemplo, cuando solamente Juan 3:5 y Romanos 5:13 –ninguno de los cuales tiene nada que ver con la iglesia visible– son citados para probar que la iglesia visible (de la cual el bautismo es una ordenanza) es «una compañía de personas regeneradas»; o como cuando Mateo 28:19 es citado para probar que el bautismo tuvo lugar después del discipulado, como si las palabras fuesen maqhteusantes baptizete mientras que el pasaje, que de hecho dice maqhteusate baptizontes, meramente demanda que el discipulado sea consumado en y realizado por medio del bautismo; o como cuando a Hechos 10:47, donde el hecho de que el poder extraordinario del Espíritu Santo había descendido sobre Cornelio es tomado como una razón por la que el bautismo no se le debería impedir, y Romanos 6:2-5, el cual solamente desarrolla la implicación espiritual del bautismo, se les hace funcionar como pruebas de que el simbolismo de la ordenanza declara siempre y de forma constante un cambio espiritual «previo».

 

Aparte de la evidencia bíblica que de hecho se presenta, las proposiciones, en la forma extrema en que son declaradas, no pueden apoyarse por la Escritura. Las Escrituras no enseñan que la iglesia externa sea una compañía de personas regeneradas –la parábola de la cizaña, por ejemplo, declara lo opuesto: aunque éstas representan a la iglesia como la compañía de aquellos que son supuestamente regenerados. Tampoco declaran, con todo, que el bautismo demuestre un cambio «previo»– el caso de Simón Mago en Hechos 8:13, es suficiente para mostrar lo contrario, a pesar de que representen el rito como simbólico del lavamiento interno que se supone que ya está presente, y consecuentemente como administrado solamente con base en una profesión de fe.

 

La principal dificultad con el argumento del Dr. Strong, sin embargo, es el uso ilegítimo que hace del carácter ocasional de las declaraciones del Nuevo Testamento. Está escribiendo una “Teología Sistemática” y, por consiguiente, se esfuerza en abarcar toda la verdad en sus declaraciones. Por eso dice con referencia consciente a los infantes, cuyo caso pronto va a tratar: «que solamente se debe bautizar a los que se han arrepentido y creído previamente», y cosas parecidas. Pero los pasajes que cita para apoyar su posición no son extraídos de una «Teología Sistemática», sino de apelaciones prácticas directas a una audiencia definida que consiste en adultos solamente; o de narrativas acerca de lo que tuvo lugar como resultado de tales apelaciones. Del hecho de que Pedro dijo a los hombres que estaban cerca de él en Pentecostés: «Arrepiéntanse y bautícense», no se concluye que el bautismo no haya podido ser administrado por el mismo Pedro a los infantes de aquellos pecadores arrepentidos de forma previa al propio arrepentimiento de los infantes. Del hecho de que Felipe bautizó a los conversos de Samaria solo después que creyeron, no se deduce que no bautizara a sus infantes hasta que ellos fueran lo suficientemente mayores para repetir la fe de sus padres, a fin de que pudieran, al igual que sus padres, recibir, la señal de su fe.

 

La aserción que se contiene en la primera prueba es, por tanto, un nonsequitur (una conclusión ilógica) de los textos que se ofrecen en su apoyo. Hay una premisa suprimida que necesita suplirse antes de asumir la conclusión que se desprende de dichos textos, y esa premisa es que la iglesia visible consiste en los creyentes solamente, sin incluir a sus hijos. El punto es que, según el Dr. Strong, Pedro no quiso decir nada en ese día de Pentecostés cuando agregó a las palabras que el Dr. Strong cita: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados»– aquellas otras palabras que el Dr. Strong no cita: «Porque para vosotros es la promesa y para sus hijos» (Hch. 2:38-39).

 

El Dr. Strong anexa esta premisa suprimida al segundo punto de prueba que aduce; pero debemos observar que no es un segundo punto, sino un elemento necesario del primer punto, sin el cual éste es inválido. En pocas palabras, cuando corregimos la Escritura que él presenta y el uso ilegítimo que hace de la Escritura, todo el argumento del Dr. Strong se reduce al único punto de la «naturaleza de la iglesia como una compañía de personas regeneradas». Es solo sobre el fundamento de que esta es la verdadera idea de la iglesia, que los pasajes citados para probar que el bautismo debe administrarse «solamente» a los que se han arrepentido y creído previamente, y los citados para probar que el simbolismo de la ordenanza declara un cambio espiritual «previo» en el que se somete al mismo, justificarán el «solamente» y el «previo» sobre los que descansa su punto.

 

La validez de la prueba que ofrece depende pues de la verdad de la afirmación acerca de que la iglesia consiste en las personas regeneradas; y no podemos detenernos aquí a examinar si esto es o no verdadero; ciertamente los textos que él alega como prueba, no lo establecen, como ya se ha indicado. Descansamos con seguridad en el resultado de que, de acuerdo con el argumento del Dr. Strong, como también según nuestra convicción, los sujetos del bautismo son los miembros de la iglesia visible, y el quiénes sean ellos, ciertamente se determinará por nuestra teoría acerca de la naturaleza de la iglesia.

 

Una o dos páginas más adelante, el Dr. Strong aborda la cuestión del «Bautismo de Infantes» ex professo (a propósito). Esto lo «rechazamos y reprendemos», nos dice, por las siguientes razones:

 

  1. El bautismo de infantes no tiene ninguna justificación, ya sea explícita o implícita, en la Escritura…
  2. El bautismo de infantes está explícitamente contradicho [por la enseñanza de la Escritura]…
  3. El surgimiento del bautismo de infantes en la historia de la iglesia se debe a las concepciones sacramentales del cristianismo, de modo que todos los argumentos a su favor que provienen de los escritos de los primeros tres siglos son, por igual, argumentos a favor de la regeneración bautismal…
  4. El razonamiento que lo apoya no es Escritural, no es sano y es peligroso en su tendencia…
  5. La falta de acuerdo entre los paedobautistas con respecto a la justificación del bautismo de infantes y con respecto a la relación de los infantes bautizados con la iglesia, junto con el manifiesto mengüe de la práctica misma, son argumentos en su contra…
  6. Los malos efectos del bautismo de infantes son un fuerte argumento en su contra.

 

Tenemos aquí una buena lista de argumentos. Habremos de examinar los puntos uno por uno.

 

(a) Al pedir una justificación bíblica directa para el bautismo de infantes en el sentido en que el Dr. Strong tiene en mente en el primero de estos argumentos, tendremos en vista, por supuesto el Nuevo Testamento, considerando que es solamente en la nueva dispensación que se ordena este rito. En este sentido, debemos admitir su primera declaración de que no hay un mandamiento explícito acerca de que los infantes deban ser bautizados; y, con ello, también su segunda declaración de que en la Escritura no hay un ejemplo claro del bautismo de infantes, es decir, si entendemos por esto que no hay un registro explícito, expresado en palabras claras, acerca de que los infantes eran bautizados. Cuando, sin embargo, agrega a estas una tercera contención de que «los pasajes que se mantienen para implicar el bautismo de infantes no contienen, al ser razonablemente interpretados, ninguna referencia a tal práctica», empezamos a protestar vigorosamente.

 

Si solamente se afirmara que estos pasajes no contienen tal prueba rigurosa de que los infantes eran bautizados, de modo que quedáramos satisfechos sobre esto a falta de otra evidencia, podríamos ceder también en este punto. Pero es pedirnos demasiado que creamos que dichos pasajes no contienen «ninguna referencia a la práctica» al «ser razonablemente interpretados». ¿Qué es una interpretación «razonable»? ¿No es una interpretación que toma los pasajes como aparecen sin ningún deseo de sacar provecho de estos pasajes de una manera u otra? Pues bien, una interpretación razonable de estos pasajes, en este sentido, debería prevenir a los paedobautistas de reclamarlos como prueba demostrativa del bautismo de infantes, y ciertamente también debería prevenir a los antipaedobautistas de afirmar que los mismos no contienen «ninguna referencia a tal práctica». Debería conducir a ambos partidos a concordar en que los pasajes tienen una posible, aunque no necesaria, referencia al bautismo de infantes; que son pasajes neutrales que, en pocas palabras, aparentemente implican el bautismo de infantes, pero que podrían ser explicados sin involucrar tal implicación si, en efecto, supiéramos que el bautismo de infantes no existía en ese día. En otras palabras, razonablemente considerados, son pasajes que apoyarán cualesquiera otras indicaciones del bautismo de infantes que se pudieran presentar, pero que difícilmente serían suficientes para probarlo frente a la evidencia de lo contrario, o no harían más que levantar una suposición a favor ante la falta de otra evidencia para lo mismo. Pero ¿cuáles son estos pasajes? Los importantes son Hechos 16:15 que declara que Lidia «fue bautizada y su familia»; Hechos 16:33 que declara que el carcelero «se bautizó con todos los suyos» junto con 1Co 1:16 «también bauticé a la familia de Estéfanas».

 

Ciertamente, a primera vista pensaríamos que el repetido bautismo de familias (casas) sin ulterior descripción, implicaría el bautismo de los infantes conectados con ellas. Podría ser una respuesta «razonable» a esto que no sabemos si había infantes en estas familias –lo cual es suficientemente cierto, pero no es suficiente para remover la sospecha de que sí pudiera haberlos. Incluso sería una respuesta «más razonable» decir que si los infantes de estas familias (si es que había infantes en ellas) fueron bautizados o no, dependería de la práctica de los apóstoles; y cualquiera que fuera esa práctica, los primeros lectores de Hechos la hubieran entendido de inmediato. Pero esto solo equivaldría a pedir que el bautismo de infantes no sea cimentado únicamente sobre estos pasajes; y esto ya lo concedimos.

 

Ninguna de estas líneas de argumentación es aducida por el Dr. Strong. No justificarían su posición, la cual no es que el bautismo de infantes no pueda ser probado por estos pasajes, sino mucho más que esto: que una interpretación razonable de ellos definitivamente excluye toda referencia al bautismo de infantes. Veamos lo que el Dr. Strong quiere decir por una interpretación «razonable». Para el caso de Lidia añade «cp. 40», el cual nos dice que cuando Pablo y Silas fueron soltados de la cárcel «entraron en casa de Lidia, y habiendo visto a los hermanos, los consolaron, y se fueron»; de lo cual, aparentemente, quiere que hagamos dos inferencias:

 

  1. Que estos «hermanos» constituían la casa de Lidia que fue bautizada, y
  2. Que estos «hermanos» eran todos adultos.

 

De la misma manera, para el caso del carcelero, anexa el místico «cp. 34» que nos dice que el carcelero salvo llevó a su casa a sus exprisioneros, les puso la mesa y «se regocijó con toda su casa de haber creído en Dios»; de lo cual aparentemente quiere que infiramos que no había ningún miembro de la casa, bautizado por Pablo, que fuera demasiado joven para ejercer una fe personal. Así que dice con referencia a 1Co 1:16 que «1Co 16:15 muestra que toda la familia de Estéfanas, bautizada por Pablo, era adulta». No obstante, cuando miramos 1Co 16:15, meramente leemos que la casa de Estéfanas fue los primeros frutos de Acaya y que ellos se habían dedicado al servicio de los santos, lo cual deja la pregunta de si todos eran adultos o no justo donde se encontraba antes, es decir, absolutamente indeterminada.

 

Y esto no es todo. A estos pasajes, el Dr. Strong anexa dos más, uno que es en sí mismo suficiente, 1Co 7:14, donde Pablo amonesta al cristiano a no abandonar al esposo o esposa incrédulo «porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos». Este es, sin duda, un pasaje similar a los otros; un pasaje que ciertamente no enseña explícitamente el bautismo de infantes, pero que igualmente y con seguridad no es inconsistente con el mismo, lo cual, en verdad, encontraría una explicación rápida de tal costumbre si tal costumbre existiera, y, por tanto, continúa siendo uno de los pasajes que levantan al menos una sospecha de que el bautismo de infantes subyace a la forma de expresión –ya que la santidad de los niños es dada por sentada y la santificación del cónyuge incrédulo se infiere de la misma– pero que, sin duda, todavía puede explicarse sobre la suposición de que la práctica no existía y es, por tanto, apenas un fundamento seguro para una doctrina que lo afirma.

 

El Dr. Strong, sin embargo, no queda satisfecho con mostrar que no se puede extraer ninguna inferencia rigurosa del pasaje a favor del bautismo de infantes. Lo reclama como un «testimonio seguro», como una «prueba segura» en contra del bautismo de infantes, sobre las razones de que los infantes y el cónyuge incrédulo son puestos en la misma categoría, y (citando a Jacobi) que, si los hijos hubieran sido bautizados, Pablo sin duda se hubiera referido a su bautismo como una prueba de su santidad. Y esto en presencia del hecho obvio de que la santidad de los hijos es asumida como fuera de duda y sin necesidad de prueba, como si dudar de ello fuese algo horrible de contemplar, y que la santificación del esposo o esposa se infiere de ella. Por supuesto, se refiera a la santidad de la conexión y privilegio externos, con referencia tanto a los hijos como a los padres; pero la santidad de los primeros se da por sentada, la del otro es discutida; de aquí que parece justo inferir que la santidad de los hijos pudo haber tenido un reconocimiento eclesiástico y la otra no. Si esto era cierto o no, sin embargo, el pasaje no puede decidirlo por nosotros; solamente levanta una sospecha. Sin embargo, dicha sospecha debiera ser francamente reconocida.

 

El otro pasaje que se agrega a estos, extrañamente se reconoce como si fuera de la misma compañía, aunque también es uno de los «textos neutrales». Es Mateo 19:14: «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos». ¿Qué tiene que ver esto con el bautismo? Ciertamente nada de forma directa; solo si se mantiene que indirectamente muestra que los infantes eran recibidos por Cristo como miembros de su reino en la tierra, es decir, de su iglesia, es que puede tener relevancia en la controversia. Pero noten el comentario del Dr. Strong: «Ninguno habría sido ‘impedido’ si Jesús y sus discípulos hubieran tenido el hábito de bautizar infantes». ¿Realmente piensa que esto toca el asunto que se plantea por medio de esta cita? Nadie supone que «Jesús y sus discípulos» tenían el hábito de bautizar infantes; tampoco que en el tiempo en que se pronunciaron estas palabras, el bautismo cristiano ya había sido plenamente instituido. El Dr. Strong tendría que mostrar, antes de descartar de este texto la presunción a favor del bautismo de infantes, no que dicho bautismo de infantes no era practicado antes de ser instituido, sino que los niños no fueron designados por Cristo como miembros de su «reino». Es su celo desmedido por hacer que todos los textos a que han acudido los paedobautistas no solo fallen a la hora de enseñar el paedobautismo, sino que además enseñen que los niños no eran bautizados, lo que lo ha hecho desviarse tanto en este punto.

 

Así pues, no podemos profesar que admiramos las interpretaciones «razonables» que el Dr. Strong hace de estos textos. Nadie que empiece sin una conclusión predeterminada podría aventurarse a decir que, al ser «razonablemente interpretados», esos textos en realidad no tienen ninguna referencia al bautismo de infantes. No obstante, libremente admito que no son suficientes, al tomarse por sí mismos, para probar que los infantes eran bautizados por los apóstoles, sino que solo sugieren esta suposición y levantan una presunción a favor de ello. Por tanto, estoy preparado para admitir en general la validez del primer argumento del Dr. Strong, cuando es suavizado, de este modo, a proporciones razonables.

 

Es verdad que no hay un mandato explícito a bautizar a los infantes en el Nuevo Testamento, que no existe un registro explícito del bautismo de infantes ni hay pasajes que estrictamente lo impliquen, de forma que debamos inferir de ellos que los infantes eran bautizados. Si una justificación como esta fuese necesaria para justificar el uso, debiéramos dejar el bautismo de infantes incompletamente justificado. Pero la falta de esta explícita justificación es algo insuficiente para prohibir el rito; y si damos su lugar a la continuidad de la iglesia a través de todas las épocas, la justificación del bautismo de infantes no debe buscarse en el Nuevo Testamento, sino en el Antiguo, donde la iglesia fue instituida, y nada que no fuese una verdadera prohibición en el Nuevo Testamento del bautismo de infantes justificaría que lo omitiéramos ahora. Como Lightfoot expresó hace mucho tiempo: «No está prohibido» en el Nuevo Testamento «bautizar a los infantes, por tanto, deben ser bautizados». El Dr. Strong comete su primer error lógico al demandar una justificación explícita para la continuación de una institución establecida hace mucho tiempo, en vez de buscar una justificación que la excluya.

 

(b) De este modo, si el primer argumento es irrelevante en su conjunto debido a que no es planteado de forma juiciosa en sus detalles, ¿no se compensa su fracaso en el segundo argumento? Dicho argumento se compromete a mostrar que el «bautismo de infantes está explícitamente contradicho» por la enseñanza de la Escritura. Aquí tenemos por fin la promesa de lo que necesitamos. Pero si esperamos una razón rigurosa para alterar la inclusión de los hijos en el pacto, quedaremos tristemente decepcionados. El Dr. Strong ofrece cuatro puntos.

 

  • Primero, el bautismo de infantes es contradicho «por los prerrequisitos bíblicos de fe y arrepentimiento como señales de regeneración», lo cual es válido solo en base a la suposición ya eliminada de que el bautismo únicamente se permite en el caso de aquellos que dan prueba de una regeneración previa, (lo cual es el punto mismo en disputa).
  • En segundo lugar, «por el simbolismo escritural de la ordenanza». Así como no debemos sepultar a una persona antes de su muerte, tampoco debemos simbólicamente sepultar a una persona por medio del bautismo hasta que haya muerto al pecado en espíritu». Aquí no solo se da por sentado gratuitamente que el significado del bautismo es la sepultura, sino también que este acto (cualquiera que sea su simbolismo) solo podría ser símbolo de un proceso que ya está completo en el corazón del recipiente, lo cual nuevamente, es el punto mismo en disputa.
  • En tercer lugar, «por la constitución escritural de la iglesia», donde, nuevamente, toda la validez del argumento depende de la suposición de que los infantes no son miembros de la iglesia, el punto mismo en disputa.

 

Por lo tanto, estos tres argumentos, deben ser descartados de una vez. Si las Escrituras enseñan que la fe y el arrepentimiento personales son prerrequisitos del bautismo, si enseñan que uno tiene que haber muerto previamente al pecado antes de ser bautizado, si enseñan que la iglesia visible consiste en adultos regenerados solamente, ¿por qué, sobre cualquiera de estas tres idénticas proposiciones, en las que cada una implica a todas las demás, los infantes por supuesto no deberían ser bautizados, ya que esto, nuevamente, es una proposición idéntica con cualquiera de las tres? Difícilmente puede ser una argumentación sana repetir tan solo el asunto en disputa con otras palabras, y presentarlo como prueba.

 

  • El cuarto punto es más razonable: «Por los prerrequisitos escriturales para la participación en la Cena del Señor. La participación en la Cena del Señor es el derecho solo de aquellos que “pueden discernir el cuerpo del Señor” (1Co 11:29). No se puede asignar ninguna razón para restringir la ordenanza de la Cena a comulgantes inteligentes, que no restringiera igualmente a creyentes inteligentes la ordenanza del bautismo». De ahí que el Dr. Strong considere que la Iglesia Griega es más consistente, al administrar la Cena del Señor a los infantes. Sin embargo, parece ser una respuesta suficiente a esto señalar el pasaje citado: la declaración explícita que hace la Escritura acerca de los que son admitidos a la Cena del Señor (una declaración hecha para aquellos que ya eran cristianos bautizados), debe restringirse a aquellos que disciernen el cuerpo del Señor. Esta es una razón escritural suficiente para restringir la participación en la Cena del Señor a comulgantes inteligentes; sin embargo, la ausencia de esa restricción escritural en el caso del bautismo es una razón escritural suficiente para rehusar aplicarla a éste. Si debemos apoyar esta razón escritural con una puramente racional, puede que sea suficiente agregar que el hecho de que el bautismo sea el rito iniciático de la iglesia nos suple tal razón.

 

Las ordenanzas de la iglesia pertenecen a los miembros de ella; pero cada uno en su tiempo señalado. La ordenanza iniciática pertenece a los miembros al llegar a ser miembros, mientras que otras ordenanzas se convierten en su derecho al llegar los tiempos señalados para disfrutar de ellas. También podríamos argumentar que un ciudadano de los Estados Unidos no tiene derecho a la protección de la policía hasta que puede ejercer el derecho al voto. Todos los derechos le pertenecen, pero el ejercicio de cada uno se presenta en su momento. Se puede ver fácilmente, por el uso de tales ejemplos, que la posesión del derecho a la ordenanza iniciática de la iglesia no necesita conllevar el derecho al disfrute inmediato de todos los privilegios de la iglesia; respondiendo de este modo al desafío de dar razón de por qué el derecho al bautismo no conlleva consigo el derecho a la comunión en la Cena del Señor. Con este desafío, el segundo argumento queda contestado también.

 

(c) El tercer argumento es en realidad un intento de deshacerse de la presión del argumento histórico para el bautismo de infantes. ¿Se está argumentando que la iglesia cristiana desde la fecha más temprana que podamos identificar bautizaba infantes? ¿Que posiblemente esto se indique en Justino Mártir, se asuma en Ireneo y abiertamente se proclame como apostólico por Orígenes y Cipriano mientras que Tertuliano se opuso en vano? Como respuesta se replica que todos estos escritores enseñaron la regeneración bautismal, y que el bautismo de infantes fue una invención que se desprende de la regeneración bautismal y que continuó en existencia por las iglesias estatales. Esta contención tiene mucho de plausible. La iglesia antigua sí llegó a creer que el bautismo era necesario para la salvación; esta doctrina da forma a una razón natural para extender el bautismo a los infantes, no sea que al morir sin ser bautizados no alcanzaran la salvación. No obstante, la contención no parece ser la verdadera explicación de esta línea de desarrollo.

 

Primero, confunde una cuestión de testimonio con una cuestión de doctrina. Las dos (la regeneración bautismal y el bautismo de infantes) no se sostienen o desechan juntas en el testimonio de los Padres. Su testimonio inconsciente de que era una práctica corriente, prueba que era popular en su día; pero su testimonio acerca de una doctrina no prueba su verdad. Podemos o no estar de acuerdo con ellos en su doctrina de la regeneración bautismal. Pero no podemos dudar de la verdad de su testimonio acerca de la prevalencia del bautismo infantil en su día. Admitimos que sus días no son los días de los apóstoles. Desearíamos tener testigos más antiguos. Podemos estar seguros del testimonio de Orígenes y Cipriano que ellos fueron bautizados en su infancia, es decir, que el bautismo de infantes era la práctica usual en el tiempo de Ireneo. Esta es una conclusión de inmediato queda fortalecida por el testimonio de Ireneo, y lo fortalece a su vez. Con todo, la práctica de la última mitad del siglo II no necesariamente era la práctica de los apóstoles. Sin embargo, se plantea una suposición, que, por ser tan débil, no podría mantenerse en contra de la evidencia adversa. Sin embargo ¿dónde está la evidencia adversa?

 

Segundo, el punto de vista del Dr. Strong revierte el testimonio histórico. Como hecho histórico, la regeneración bautismal no aseguró la inauguración de la práctica del bautismo de infantes; sino que la puso en peligro. Fue debido a que el bautismo lavaba todos los pecados, y después de eso ya no quedaba nada más que lavar en la regeneración, que el bautismo fue pospuesto. Es por esta razón que Tertuliano propone que el bautismo sea postergado. Finalmente, aunque la evidencia histórica no sea concluyente para la apostolicidad del bautismo de infantes, va en esa dirección, y es todo lo que tenemos. No hay evidencia histórica acerca de que la iglesia primitiva estuviera en contra del bautismo de infantes, salvo la evidencia ambigua de Tertuliano; de manera que nuestra elección es, bien seguir la historia y bautizar a los infantes, o bien reconstruir por métodos a priori una historia para la cual no hay evidencia.

 

(d) El cuarto punto del Dr. Strong está diseñado para ser una refutación del razonamiento por el cual los partidarios del paedobautismo apoyan su contención. Como tal, naturalmente aborda el razonamiento producido por toda clase de fuentes, y no es de extrañar que parte del razonamiento que aduce sea tan desagradable para nosotros como para él. Debemos unirnos a él con entusiasmo al refutar que se permita la existencia de cualquier poder en la iglesia que modifique o abrogue cualquier mandamiento de Cristo. Tampoco podríamos encontrar mayor aceptabilidad que la que encuentra él en la noción de una «conexión orgánica» entre el padre y el niño, tal como él cita que acepta el Dr. Bushnell. No obstante, podemos creer en un padre que actúa como representante del niño que viene de sus lomos, cuya crianza se le encomienda; y podemos creer que el estatus del padre determina el estatus del niño en la iglesia de Dios cuya promesa es «para vosotros y para vuestros hijos» como también sucede, por ejemplo, en el Estado. Y podemos creer que la iglesia incluye a los hijos menores de sus miembros, para los cuales dichos miembros tienen que actuar como padres, sin creer que por eso que la iglesia se convierte en un cuerpo hereditario.

 

No propongo aquí repasar las pruebas que el Dr. Hodge insta de forma tan contundente, las cuales demuestran la continuidad de la iglesia a través de las dispensaciones Nueva y Antigua, permaneciendo bajo cualquier cambio de dispensación la misma iglesia con las mismas leyes de entrada y los mismos integrantes. La antítesis que el Dr. Strong aduce, de que o bien «la iglesia cristiana es o un cuerpo natural y hereditario, o estaba simplemente tipificada por el pueblo judío» es una falsa antítesis. La iglesia cristiana no es un cuerpo natural y hereditario y, no obstante, tampoco es meramente el antitipo de Israel. Es, según el testimonio de los apóstoles, el verdadero Israel. Asumió todo lo que era esencialmente israelita, todo lo que conformaba el cuerpo del pueblo de Dios. Las figuras de Pablo del olivo en Romanos y del rompimiento de la pared intermedia de separación en Efesios, son suficientes para demostrar esto; y además estas figuras las afirma repetidamente en el lenguaje más sencillo.

 

Los primeros cristianos –los apóstoles– comprendieron plenamente la continuidad de la iglesia a tal grado, que estuvieron más inclinados a retener partes de las prendas externas de la iglesia que a descartar demasiado. De aquí que la circuncisión en sí misma se retuviese; y durante un considerable periodo de tiempo, todos los iniciados en la iglesia eran judíos circuncidados que adicionalmente recibían el bautismo. No dudamos que los niños nacidos en la iglesia durante esta época eran tanto circuncidados como bautizados. El cambio desde el bautismo añadido a la circuncisión al bautismo sustituyendo a la circuncisión fue lento, y nunca se produjo hasta ser forzado por la presión misma de las circunstancias. El instrumento para realizar este cambio –¿quién puede dudarlo?– y así conceder al rito del bautismo su propio lugar como sustituto de la circuncisión fue el apóstol Pablo. Vemos el cambio constituirse formalmente en el así llamado Concilio de Jerusalén en Hechos 15.

 

Pablo había predicado el evangelio a los gentiles y los había recibido dentro de la iglesia por medio del bautismo solamente, reconociéndolo de este modo como el único rito iniciático en lugar de la circuncisión, en vez de tratar a los dos juntos (como hasta ahora) como los ritos iniciáticos en la iglesia cristiana. Pero ciertos maestros de Jerusalén al descender a Antioquía enseñaban a los hermanos «Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos». Pablo llevó el asunto ante la iglesia de Jerusalén de donde estos nuevos maestros profesaron salir; y su decisión formal fue que para los que creían y eran bautizados la circuncisión no era necesaria.

 

Se puede deducir cuán convencido estaba Pablo de que el bautismo y la circuncisión eran tan solo dos símbolos del mismo cambio del corazón y que uno sustituyó al otro a partir de Colosenses 2:11 cuando, al hablar a una audiencia cristiana de la iglesia, declara que «En él también fuisteis circuncidados». Pero ¿cómo fueron circuncidados? «Con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal», es decir, en la circuncisión de Cristo. Pero ¿cuál era esta circuncisión ordenada por Cristo? El apóstol continúa: «sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos». Por esa razón, ellos fueron sepultados con Cristo en el bautismo, y esta sepultura con Cristo era la circuncisión que Cristo ordenó, y, al participar de ella, llegaron a ser la verdadera circuncisión. Encontramos aquí una afirmación directa de que la iglesia cristiana es Israel, y tiene la circuncisión de Israel, aunque ahora en la forma del bautismo. Ahora, ¿el punto de vista de Pablo contradice la idea de iglesia que tiene el Nuevo Testamento, o solo contradice la idea bautista de la iglesia? Sin duda, muchos miembros de la iglesia primitiva insistían en que, como verdaderamente dice el Dr. Strong, aquellos que eran bautizados también debían ser circuncidados. Y, ciertamente, esto prueba que en opinión de ellos el bautismo no tomó el lugar de la circuncisión. Pero este punto de vista era erróneo, ya que el Nuevo Testamento lo presenta como tal; y es este preciso punto de vista en contra del cual Pablo protestó en la iglesia de Jerusalén y que la iglesia de Jerusalén condenó en Hechos 15. De este modo, ¡la negación bautista de la sustitución del bautismo en lugar de la circuncisión los conduce al error de esta facción fanática y farisea de la iglesia! Tomemos nosotros nuestro lugar en oposición, junto con Pablo y todos los apóstoles.

 

Luego entonces, aunque sea o no una reliquia del barbarismo que la familia es la unidad de la sociedad, sí que es la base de la iglesia de Dios en el Nuevo Testamento. Dios hace al hombre cabeza de la mujer –y ordena a la mujer someterse a su marido– y hace que los padres actúen en nombre de sus hijos pequeños. En efecto, Dios requiere fe personal para la salvación; pero primero organiza a su pueblo en familias; y después en iglesias, las cuales están compuestas indudablemente de familias. Sus tan preciosas promesas son para nosotros y nuestros hijos. Y aunque esto no encaje en el creciente individualismo de hoy día, es la ordenanza de Dios.

 

(e) El quinto argumento se extrae de los modos divergentes en que los paedobautistas defienden su posición, y de la decadencia entre ellos de la práctica del rito. Confesemos que no todos argumentamos correctamente, o de la misma forma. Pero ¿no es esto una prueba más bien del firme establecimiento de la práctica en nuestros corazones? Todos lo practicamos de la misma manera; y es, después de todo, lo propio de la práctica, no lo propio de nuestra defensa de ella, lo que está en juego. Sin embargo, se dice, la práctica está decayendo. Puede que sea cierto. Las estadísticas del Dr. Vedder parecen mostrarlo. Pero si es así, ¿la decadencia muestra que la práctica es errónea, o que los cristianos son infieles? Es entre los paedobautistas que la decadencia está sucediendo; aquellos que todavía defienden la práctica. Tal vez sea por la influencia silenciosa de los vecinos bautistas; tal vez por la infidelidad de los padres; tal por la propagación de un sentimiento cuáquero de subestimar las ordenanzas. Se pueden dar muchas razones. Pero ¿en qué manera muestra esto que la práctica esté equivocada? De acuerdo con la reconstrucción bautista de la historia, la iglesia empezó sin bautizar a los infantes. Pero esta primitiva y piadosa práctica decayó rápidamente hasta que en el siglo dos todos los infantes eran bautizados y Tertuliano levantó una voz solitaria e ineficaz en el siglo III clamando por un retorno a la anterior pureza. ¿Esa decadencia de un uso prevalente demostró que era un uso erróneo? ¿Mediante qué lógica se puede convertir la decadencia en el siglo dos en una evidencia a favor del uso más temprano, y la decadencia en el siglo XIX en una evidencia en contra del uso del bautismo de infantes?

 

(f) Sin embargo, tenemos que pasar a la serie final de argumentos, la cual de buen grado mostrará los malos efectos del bautismo de infantes. Primero, impide la acción del niño y así lo impide obedecer al mandato de Cristo de ser bautizado, lo cual simplemente esquiva el tema en discusión. Nosotros afirmamos que se obedece al mandato de Cristo al bautizar al niño en su infancia, quedando así marcado como propiedad del Señor.

 

Segundo, se dice que provoca una confianza supersticiosa en un rito externo, como si poseyera eficacia regeneradora; y se nos apunta hacia las madres desesperadas que buscan bautizar a sus niños agonizantes. Indudablemente, este mal ocurre, y necesitamos guardarnos contra ello. Pero es un mal que no está confinado a éste, sino que es capaz de adherirse a todos los ritos, los cuales no por eso deben ser abolidos. De paso, debemos comentar lo injusto que es presentar aquí como ejemplos ilustrativos a los campesinos de la Francia católica y a los episcopales de la Alta Iglesia, como si estos fueran de la misma clase que los presbiterianos.

 

Tercero, se dice que tiende a corromper la verdad cristiana con respecto a la suficiencia de la Escritura, la conexión de las ordenanzas, y la inconsistencia de una vida impenitente con ser la membresía en la iglesia, como si el bautismo de infantes necesariamente promoviera el sacramentalismo; o como si las iglesias de otros cuerpos protestantes estuviesen, de hecho, más llenas de «miembros impenitentes» que las de los bautistas. Este último comentario también tiene su lugar en respuesta al cuarto punto que se elabora, donde se acusa que la práctica del bautismo de infantes destruye la iglesia como un cuerpo espiritual al fusionarla con la nación y con el mundo. Tendría que probarse que las iglesias bautistas son más puras que las paedobautistas. El Dr. Strong parece pensar que el bautismo de infantes es responsable de la deserción anabautista en Nueva Inglaterra. Me temo que la causa es mucho más profunda. Tampoco es un argumento válido en contra del bautismo de infantes que las iglesias no siempre cumplan su deber con los miembros bautizados. Esto, y no la práctica del bautismo de infantes, es la causa fértil de las incongruencias y de males innumerables.

 

Finalmente, se insiste en que el bautismo de infantes pone «en lugar del mandamiento de Cristo un mandamiento de hombres, y así permite la entrada… al principio esencial de toda herejía, cisma y religión falsa». Esta acusación es rotunda y recriminatoria en contra de nuestros hermanos; pero como argumento en contra del bautismo de infantes, derivado de sus efectos, es más bien un petitio principii (petición de principio). Si fuese verdadero, sería lo suficientemente serio. Pero el Dr. Strong ha omitido dar el capítulo y versículo donde se encuentra el mandato de Cristo de no bautizar a los infantes. Uno de los dos estamos equivocados, sin duda; pero ¿no quebrantamos un mandato indiscutible de Cristo cuando hablamos de esta manera tan dura sobre nuestros hermanos, hijos de Dios, a quienes debemos amar? ¿No sería mejor juzgar las equivocaciones del otro y reconocer los deseos del otro de agradar a Cristo y seguir sus mandamientos? Ciertamente creo que nuestros hermanos bautistas omiten cumplir una ordenanza de la casa de Cristo, revelada suficiente y claramente como su voluntad, cuando excluyen a los niños infantes de los creyentes del bautismo. Pero yo sé que hacen esto sin darse cuenta, en ignorancia; y no puedo rehusar darles la diestra de compañerismo por esa razón.

 

Ahora, habiendo repasado estos argumentos, ¿a qué conclusión llegamos? ¿Son suficientes para apartar nuestra convicción razonada, derivada de argumentos como los del Dr. Hodge, de que los infantes deben ser bautizados? Mil veces no. Mientras siga siendo cierto que Pablo representa a la iglesia del Dios viviente como una sola iglesia, fundada en un pacto (que la ley no pudo apartar a un lado) desde Abraham hasta hoy, sigue siendo cierto que la promesa es para nosotros y para nuestros hijos, y que los miembros de la iglesia consisten en los creyentes y sus hijos, teniendo todos ellos derecho a todas las ordenanzas de la iglesia visible, cada una en su tiempo señalado. Brevemente, el argumento es simplemente este: Dios estableció su iglesia en los días de Abraham y situó a los niños en ella. Deben seguir en ella hasta que Dios los saque. Ellos siguen siendo miembros de su iglesia, y como tales, tiene derecho a sus ordenanzas. Entre estas ordenanzas está el bautismo, que, ocupando un lugar similar en la nueva dispensación a la circuncisión en la antigua, debe darse a los niños.