Autor: J. V. Fesko.

El relativismo ético aparentemente ha fracturado nuestra cultura en millones de islas aisladas donde cada uno hace lo que es correcto a sus propios ojos. En este mundo moldeado por la tecnología, las personas crean reinos virtuales adaptados a sus intereses y han extendido esta mentalidad al mundo real a medida que crean su propia moralidad.

Sin embargo, la Biblia nos enseña que Dios ha creado a todos los seres humanos a su imagen, lo que significa que compartimos este vínculo dado por Dios. Uno de los elementos clave de ser la imagen de Dios es que ha inscrito su ley moral en el corazón de todos los seres humanos; en última instancia, todos compartimos la misma moralidad y ética dadas por Dios, aunque las personas no regeneradas las supriman. Podemos explorar esta verdad examinando primero lo que la Biblia tiene que decir acerca de ser portadores de la imagen de Dios. En segundo lugar, reflexionaremos sobre la teología de nuestra norma ética comúnmente compartida. Y tercero, pensaremos en las implicaciones de lo que significa tener la ley de Dios grabada en nuestros corazones. ¿Podemos interactuar con nuestros vecinos sobre la base de este conocimiento ético comúnmente compartido?

Lo que dice la Biblia

Cuando Dios creó, coronó su obra con los seres humanos, portadores de su imagen. La triple repetición de que Adán y Eva son portadores de la imagen señala la importancia de la acción de Dios: “Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza’. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gen 1:26-27, cursiva agregada). El hecho de que los seres humanos hayan sido creados a imagen de Dios significa que se parecen a Dios en muchos aspectos. Esto no quiere decir que los seres humanos se parezcan físicamente a Dios, porque Él es espíritu y no tiene cuerpo como nosotros (Jn 4:24). Sin embargo, los seres humanos reflejan los atributos de Dios, como la santidad, la sabiduría, el poder, el conocimiento y la justicia. Llevamos estos atributos de una manera creatural y analógica. La conexión entre la semejanza e imagen aparece en Génesis 5:3, donde leemos que Adán “engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen”. Génesis hace el punto sutil pero sorprendente de que todos los seres humanos son hijos de Dios porque llevan su imagen y semejanza. El hecho de que Dios haya investido a los seres humanos con su imagen no es poca cosa, ya que el salmista lo caracteriza como una tremenda bendición:

Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,

La luna y las estrellas, que tú formaste, digo:

¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,

Y el hijo del hombre, para que lo visites?

Le has hecho poco menor que los ángeles,

Y lo coronaste de gloria y honra.

Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos;

Todo lo pusiste debajo de sus pies. (Salmo 8:3-6)

Teología y ética

Cuando reunimos estos datos bíblicos para formular nuestra comprensión teológica de la relación entre portar la imagen y la ética, hay ricas verdades que salen a la luz. Debemos mirar a los seres humanos dentro del contexto más amplio de la creación para apreciar la naturaleza de ser imagen de Dios. Juan Calvino caracterizó la creación como un espejo de la divinidad de Dios, discernible a partir de la arquitectura del mundo. Calvino tenía en mente pasajes como estos: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Rom 1:20) y “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal 19:1). Notablemente, el salmista pasa de la creación más amplia a la ley de Dios: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma” (v. 7). La creación y la ley de Dios van de la mano, ya que la creación refleja el ser y los atributos de Dios. Lo que es cierto para la creación mayor también es cierto para los seres humanos. Según Calvino, los seres humanos son una creación microcósmica que refleja al Creador. Tanto las creaciones macrocósmicas como las microcósmicas reflejan a su Creador. Herman Bavinck afirma que cada criatura es una encarnación del pensamiento divino, pero los seres humanos en particular son la más rica autorrevelación de Dios, ya que sólo ellos son portadores de su imagen divina.

En los templos de Dios aparece una imagen de la estrecha relación entre portar la imagen y la ley. Ya sea en el tabernáculo del desierto o en el templo salomónico, el arca del pacto descansaba en el Lugar Santísimo. ¿Y qué contenía el arca? La vara de Aarón, un frasco de maná y las “tablas del pacto”, la ley (Ex 16:33–34; 25:16; Num 17:101 Reyes 8:92 Cron 5:10Heb 9:4). El último templo de Dios también contiene su ley: su morada final es la iglesia, el pueblo de Dios. Nuestros cuerpos individualmente son el templo del Espíritu Santo (1 Cor 6:19), y colectivamente el pueblo de Dios es el “templo del Señor”, “edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef 2:20-21). Cuando Dios redime a su pueblo, lo incorpora a su templo, la iglesia, y escribe su ley en sus corazones (Jer 31:33Heb 8:10; 10:16). Pero cuando Dios redime a los pecadores, no escribe una ley diferente en sus corazones, sino que restaura el conocimiento de su ley al quitar las manchas y la distorsión del pecado y les da un corazón nuevo. En otras palabras, en la redención Dios recrea su imagen y el conocimiento de su ley en los corazones de los creyentes.

Pablo testifica del hecho de que todos los seres humanos poseen el conocimiento de la ley de Dios en virtud de su condición de llevar su imagen. En Romanos describe a los judíos como aquellos que tienen la ley de Dios, el Decálogo. Israel se paró al pie del Sinaí y recibió la ley de Dios. Por el contrario, los gentiles, que no tienen la ley del Sinaí, “hacen por naturaleza lo que es de la ley, estos, aunque no tengan la ley, son ley para sí mismos” (Rom 2:14). Nótese que Pablo dice que los gentiles por naturaleza, es decir, en virtud de su creación, en virtud de su condición de portadores de la imagen de Dios, hacen lo que la ley del Sinaí requiere. ¿Cómo es eso? “Mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones” (v. 15). Los gentiles no se pararon al pie del Sinaí para recibir la ley, pero Dios ha escrito su ley en sus corazones (aquí referida como la “obra de la ley” para distinguirla de la ley recibida en el Sinaí). Los gentiles saben que deben adorar y honrar a Dios; honrar a los padres; no cometer asesinato, adulterio, robo o engaño; o codiciar. A pesar de que todos los seres humanos han sufrido los efectos nocivos del pecado de Adán en todo su ser, todavía queda un grado suficiente de conocimiento de la ley de Dios que permite a los no creyentes conocer la diferencia entre el bien y el mal. Pablo explica que las conciencias de los gentiles dan “testimonio, y acusándolos o defendiéndoles sus razonamientos” (v. 15). Pensemos, por ejemplo, cuando Abraham permitió que Abimelec se llevara a Sara a su harén. Dios le advirtió a Abimelec que, sin saberlo, había tomado la esposa de Abraham (Gen 20:2-3). Cuando el rey gentil confrontó a Abraham, le dijo: “Lo que no debiste hacer has hecho conmigo” (v. 9). Aquí el pagano mostró mayor moralidad que Abraham, quien había sido salvado por Dios. Lo mismo puede decirse de los corintios, que se jactaban de una clase de inmoralidad sexual que “ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre” (1 Cor 5:1). Una vez más, los paganos practicaban mejor moralidad que los cristianos corintios.

Relevancia

Teniendo en cuenta estos datos bíblicos y la reflexión teológica, podemos concluir que los cristianos comparten un punto de contacto ético con los incrédulos. En virtud de nuestra creación a imagen de Dios, no somos pizarras en blanco como John Locke afirmó una vez, sino que tenemos la ley de Dios escrita en nuestros corazones. Lo que C.S. Lewis llamó una vez el Tao (el principio absoluto que sustenta el universo) o ley natural existe en cada ser humano. Lewis argumenta que ciertas actitudes son verdaderas y otras son completamente falsas. Las personas a lo largo de la historia y en todo el mundo comparten los mismos valores morales colectivos básicos. Al usar los anteojos de las Escrituras para asegurarnos de leer correctamente la ley natural de Dios, podemos participar en esfuerzos comunes creacionales con nuestros vecinos, sabiendo que tenemos un conocimiento ético compartido. También tenemos un punto de contacto con los incrédulos mientras evangelizamos y defendemos el evangelio frente a la incredulidad. Cuando apelamos a este conocimiento ético compartido, no capitulamos ante el razonamiento humano pecaminoso o una norma moral humana, sino que apelamos a la ley de Dios escrita en los corazones de todas las personas.

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Originalmente publicado en este enlace.