Autor: Zacharias Ursinus

Traductor: Valentín Alpuche

COMENTARIO AL CATECISMO DE HEIDELBERG – 3

PRIMER DÍA DEL SEÑOR

Pregunta 1. ¿Cuál es tu único consuelo en la vida y la muerte?

Respuesta. Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino que pertenezco a mi fiel Salvador Jesucristo, quien, con su preciosa sangre, ha satisfecho plenamente por todos mis pecados, y me ha librado de todo el poder del diablo; y me preserva de tal manera que, sin la voluntad de mi Padre celestial, ni un solo cabello de mi cabeza puede caer; sí, que todas las cosas deben estar al servicio de mi salvación; y por lo tanto, por su Espíritu Santo, Él también me asegura la vida eterna, y me hace sinceramente dispuesto y listo de ahora en adelante para vivir para Él. 

EXPOSICIÓN

La pregunta del consuelo se coloca y se trata en primer lugar porque encarna el diseño y la sustancia del Catecismo. El diseño es que podamos ser guiados al logro de un consuelo seguro y sólido, tanto en la vida como en la muerte. Por esta razón, toda la verdad divina ha sido revelada por Dios, y debe ser estudiada por nosotros de una manera especial. La sustancia de este consuelo consiste en que somos injertados en Cristo por la fe, que a través de Él somos reconciliados y amados por Dios, para que así nos cuide y salve eternamente.

Con respecto a este consuelo, debemos preguntar:

  1. ¿Qué es?
  2. ¿En cuántas partes consiste?
  3. ¿Por qué solo este consuelo es sólido y seguro?
  4. ¿Por qué es necesario?
  5. ¿Cuántas cosas son necesarias para su consecución?
  1. ¿QUÉ ES EL CONSUELO?

El consuelo es aquello que resulta de un cierto proceso de razonamiento, en el que oponemos algo bueno a algo malo, para que, mediante una consideración adecuada de este bien, podamos mitigar nuestro dolor y soportar pacientemente el mal.

Por lo tanto, el bien, que oponemos al mal, debe ser necesariamente grande y cierto, en proporción a la magnitud del mal con el que se contrasta. Y como el consuelo debe buscarse en contra del mayor mal, que es el pecado y la muerte eterna, no es posible que cualquier cosa que no sea el bien más alto, pueda ser un remedio suficiente para ello. Sin embargo, sin la Palabra de Dios para dirigir y revelar la verdad, hay casi tantas opiniones mantenidas en cuanto a lo que es este bien supremo, como hombres hay.

Los epicúreos lo sitúan en el placer sensual; los estoicos en una adecuada regulación y moderación de los afectos, o en el hábito de la virtud; los platónicos en ideas; los peripatéticos en el ejercicio de la virtud; mientras que la clase ordinaria de hombres lo coloca en honores, riquezas y placer.

Pero todas estas cosas son transitorias, y o bien se pierden ya en la vida, o en el mejor de los casos son interrumpidas y dejadas atrás en la hora de la muerte. Pero el bien supremo que buscamos nunca se desvanece, no, ni siquiera en la muerte. Es cierto, de hecho, que el honor de la virtud es inmortal y, como dice el Poeta, sobrevive a los funerales de los hombres; pero esto es así más bien con los demás que con nosotros. Y bien ha sido dicho por alguno, que las virtudes no pueden ser consideradas el bien supremo, ya que las tenemos testigos de nuestras calamidades. Los hipócritas, tanto dentro como fuera de la iglesia, como judíos, fariseos y mahometanos, buscan un remedio contra la muerte en sus propios méritos, en formas externas y ceremonias. Los papistas hacen lo mismo. Pero los meros ritos externos no pueden limpiar ni calmar las conciencias de los hombres; ni Dios será burlado con tales ofrendas.

Por lo tanto, aunque la filosofía y todas las diversas sectas investigan y prometen un bien como el que proporciona un sólido consuelo al hombre, tanto en la vida como en la muerte, sin embargo, no tienen, ni pueden otorgar, lo que es necesario para satisfacer las demandas de nuestra naturaleza moral. Es sólo la doctrina de la iglesia la que presenta tal bien, y que imparte un consuelo que calma y satisface la conciencia; porque sólo ella descubre la fuente de todas las miserias a las que está sujeta la raza humana, y revela el único camino de escape a través de Cristo.

Este es, por lo tanto, el consuelo cristiano, del que se habla en esta pregunta del Catecismo, que es un consuelo único y sólido, tanto en la vida como en la muerte, un consuelo que consiste en la seguridad de la libre remisión del pecado y de la reconciliación con Dios, por y a causa de Cristo, y una expectativa segura de la vida eterna,  impreso en el corazón por el Espíritu Santo a través del evangelio, para que no tengamos ninguna duda de que somos propiedad de Cristo, y somos amados por Dios por amor a Cristo, y salvos para siempre, según la declaración del apóstol Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? Tribulación, o angustia,» etc. (Romanos 8:35).

  1. ¿DE CUÁNTAS PARTES CONSISTE ESTE CONSUELO?

Este consuelo consta de seis partes:

1. Nuestra reconciliación con Dios a través de Cristo, para que ya no seamos enemigos, sino hijos de Dios; tampoco pertenecemos a nosotros mismos, sino que pertenecemos a Cristo (1Corintios 7:23).

2. La manera de nuestra reconciliación con Dios a través de la sangre de Cristo, es decir, a través de su pasión, muerte y satisfacción por nuestros pecados (1Pedro 1:18; 1Juan 1:7).

3. Liberación de las miserias del pecado y la muerte. Cristo no sólo nos reconcilia con Dios, sino que también nos libera del poder del diablo; para que el pecado, la muerte y Satanás no tengan poder sobre nosotros (Hebreos 2:14; 1Juan 3:8).

4. La preservación constante de nuestra reconciliación, liberación y cualquier otro beneficio que Cristo haya comprado una vez para nosotros. Somos de su propiedad; por lo tanto, Él vela por nosotros como de su propiedad, para que ni siquiera un cabello pueda caer de nuestras cabezas sin la voluntad de nuestro Padre celestial. Nuestra seguridad no está en nuestras propias manos, o fuerza; porque si así fuera, lo perderíamos mil veces a cada momento.

5. La conversión de todos nuestros males en bien. Los justos son, en verdad, afligidos en esta vida, sí, son condenados a muerte, y son como ovejas para el matadero; sin embargo, estas cosas no los dañan, sino que contribuyen a su salvación, porque Dios convierte todas las cosas en su beneficio, como se dice: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:27).

6. Nuestra plena persuasión y seguridad de todos estos grandes beneficios, y de la vida eterna. Esta seguridad se obtiene, en primer lugar, del testimonio del Espíritu Santo obrando en nosotros la verdadera fe y conversión, dando testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y de que estas bendiciones realmente nos pertenecen; porque Él «es las arras de nuestra herencia» (Efesios 1:14); y en segundo lugar, de los efectos de la verdadera fe, que percibimos que está en nosotros; como la verdadera penitencia, y un firme propósito de creer en Dios y obedecer todos sus mandamientos; porque estamos seguros de tener verdadera fe cuando tenemos un deseo ferviente de obedecer a Dios; y por la fe estamos persuadidos del amor de Dios y de la salvación eterna. Este es el fundamento de todas las otras partes de este consuelo que hemos especificado, y sin el cual cualquier otro consuelo es transitorio e insatisfactorio en medio de las tentaciones de la vida.

Por lo tanto, la esencia de nuestro consuelo es brevemente esta: Que seamos de Cristo, y por medio de Él estemos reconciliados con el Padre, para que seamos amados por Él y salvados, dándonos el Espíritu Santo y la vida eterna.

III. ¿POR QUÉ SOLO ESTE CONSUELO ES SÓLIDO?

Que solo este consuelo es sólido, es evidente:

a. Primero, porque solo él nunca falla, no, ni siquiera en la muerte; porque «ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos» y «¿quién nos separará del amor de Cristo?» (Romanos 14:8; 8:35).

b. Y, en segundo lugar, porque sólo este consuelo permanece inquebrantable, y nos sostiene bajo todas las tentaciones de satanás, que a menudo ataca así al cristiano:

1. Tú eres un pecador. A esto, el consuelo responde: Cristo ha satisfecho mis pecados y me ha redimido con su propia sangre preciosa, de modo que ya no soy mío, sino que le pertenezco a Él.

2. Pero tú eres hijo de ira y enemigo de Dios. Respuesta: Eso es lo que soy, en efecto por naturaleza y antes de mi reconciliación; pero he sido reconciliado con Dios, y recibido en su favor por medio de Cristo.

3. Pero ciertamente morirás. Respuesta: Cristo me ha redimido del poder de la muerte, y sé que por medio de Él pasaré de la muerte a la vida eterna.

4. Pero muchos males, mientras tanto, sobrevienen a los justos. Respuesta: Pero nuestro Señor nos defiende y preserva bajo ellos, y los hace obrar juntos para nuestro bien.

5. Pero ¿qué pasa si caes de la gracia de Cristo? Porque puedes pecar y desmayar, ya que es un camino largo y difícil al cielo. Respuesta: Cristo no sólo me ha merecido y conferido sus beneficios, sino que también me conserva continuamente en ellos, y me concede perseverancia, para que no desmaye ni caiga de su gracia.

6. Pero ¿qué pasa si su gracia no se extiende a ti, y tú no eres del número de los que son del Señor? Respuesta: Pero sé que la gracia se extiende a mí y que soy de Cristo porque el Espíritu Santo da testimonio a mi espíritu de que soy hijo de Dios; y porque tengo verdadera fe, ya que la promesa es general, extendiéndose a todos los que creen.

7. Pero ¿y si no tienes verdadera fe? Respuesta: Sé que tengo verdadera fe por los efectos de ella; porque mi conciencia está en paz con Dios, y tengo un ferviente deseo y voluntad de creer y obedecer al Señor.

8. Pero tu fe es débil, y tu conversión imperfecta. Respuesta: Sin embargo, es verdadera y no fingida, y tengo la bendita seguridad de que «al que tiene se le dará más». «Señor, creo, ayuda mi incredulidad» (Lucas 19:26; Marcos 9:24).

En este conflicto tan severo y peligroso, que experimentan todos los hijos de Dios, el consuelo cristiano permanece inamovible, y concluye finalmente así: por lo tanto, Cristo, con todos sus beneficios, me pertenece también a mí.

  1. ¿POR QUÉ ES NECESARIO ESTE CONSUELO?

Por lo que se ha dicho, se manifiesta claramente que este consuelo es necesario para nosotros:

a. Primero, a causa de nuestra salvación, para que no desmayemos ni desesperemos bajo nuestras tentaciones y el conflicto en el que todos estamos llamados a involucrarnos, como cristianos.

b. Y, en segundo lugar, es necesario a causa de alabar y adorar a Dios; porque si queremos glorificar a Dios en esta y en una vida futura (para la cual fuimos creados), debemos ser liberados del pecado y de la muerte; y no precipitarnos en la desesperación, sino ser sostenidos, hasta el final, con un seguro consuelo.

  1. ¿CUÁNTAS COSAS SON NECESARIAS PARA ALCANZAR ESTE CONSUELO?

Esta proposición se considera en la siguiente pregunta del catecismo, a la que remitimos al lector.

Pregunta 2. ¿Cuántas cosas son necesarias que conozcas, para que disfrutando de este consuelo, vivas y mueras felizmente?

Respuesta. Tres; la primera, cuán grandes son mis pecados y miserias; la segunda, cómo puedo ser liberado de todos mis pecados y miserias; la tercera, cómo expresar mi gratitud a Dios por tal liberación.

EXPOSICIÓN

Esta pregunta contiene la declaración y división de todo el catecismo y al mismo tiempo concuerda con la división de las Escrituras en la Ley y el Evangelio, y con las diferencias de estas partes, como ya han sido explicadas.

I. El conocimiento de nuestra miseria es necesario para nuestro consuelo, no porque de sí mismo administre algún consuelo o sea parte de él, (porque por sí mismo más bien alarma que consuela), pero es necesario:

a. Primero, porque suscita en nosotros el deseo de liberación, así como el conocimiento de la enfermedad despierta un deseo de medicina por parte de los enfermos. Donde no hay conocimiento de nuestra miseria, no se busca la liberación, así como el hombre que ignora su enfermedad nunca pregunta por el médico. Ahora bien, si no deseamos la liberación, no la buscamos; y si no la buscamos, nunca la obtendremos, porque Dios la da solo a los que la buscan y llaman, como está dicho: «Al que llama, se le abrirá». «Pedid, y se os dará». «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia». «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados». «Yo habito con el quebrantado y humilde de espíritu» (Mateo 7:7; 5:6; 11:28; Isaías 57:15). Aquello que ahora es necesario con el propósito de excitar en nosotros un deseo de liberación, también es necesario para nuestro consuelo. Pero el conocimiento de nuestra miseria es necesario con el propósito de crear en nosotros el deseo de liberación. Por lo tanto, es necesario para nuestro consuelo; no como si fuera en su propia naturaleza la causa sino como un motivo sin el cual no lo buscaríamos; porque en sí mismo aterroriza, pero este terror es ventajoso cuando conduce al ejercicio de la fe.

b. En segundo lugar, para que estemos agradecidos con Dios por nuestra liberación. Seríamos ingratos si no conociéramos la grandeza del mal del cual hemos sido liberados; porque, en este caso, no podríamos estimar correctamente la magnitud de la bendición, y por lo tanto no obtendríamos liberación, ya que esto se concede solo a aquellos que están agradecidos.

c. En tercer lugar, porque sin el conocimiento de nuestra pecaminosidad y miseria, no podemos escuchar el evangelio con provecho; porque a menos que, por la predicación de la ley sobre el pecado y la ira de Dios, se haga una preparación para la proclamación de la gracia, se crea una seguridad carnal y nuestro consuelo se vuelve inestable. Y el consuelo verdadero no puede estar relacionado con la seguridad carnal. Por lo tanto, es manifiesto que debemos comenzar con la predicación de la Ley, siguiendo el ejemplo de los profetas y apóstoles, para que los hombres puedan así ser arrojados de la presunción de su propia justicia, y puedan obtener un conocimiento de sí mismos y ser guiados al verdadero arrepentimiento. A menos que se haga esto, los hombres se volverán, a través de la predicación de la gracia, más descuidados y obstinados, y las perlas serán arrojadas ante los cerdos para ser pisoteadas.

II. El conocimiento de nuestra liberación es necesario para nuestro consuelo:

a. Primero, para que no desesperemos. El conocimiento de nuestra miseria nos llevaría a la desesperación, si no se nos presentara una forma de liberación.

b. En segundo lugar, para que podamos desear esta liberación. No se desea un bien desconocido: porque lo que no conocemos, no podemos desearlo. Si ignoramos, por lo tanto, el beneficio de nuestra liberación es seguro que después no lo obtendremos. Incluso si se nos ofreciera o tropezáramos con él, no la aceptaríamos.

c. En tercer lugar, para que nos consuele. Un bien que no se conoce, no puede impartir ningún consuelo.

d. Cuarto, para que no ideemos otro método de liberación o aceptemos uno inventado por otros, y por lo tanto reprochemos el nombre de Dios, y pongamos en peligro nuestra salvación.

e. Quinto, para que podamos recibirlo por fe; pero la fe no puede existir sin conocimiento. La liberación también se obtiene solo por fe.

f. Por último, para que seamos agradecidos con Dios; porque, así como no deseamos un bien desconocido, tampoco apreciamos ni nos sentimos agradecidos por él. Pero el beneficio de la liberación no se da a los ingratos. Dios se complace en conferirlo sólo a aquellos en quienes produce su efecto apropiado, que es la gratitud. Por estas razones, se requiere necesariamente un conocimiento de nuestra liberación, qué es, de qué manera y por quién se efectúa y otorga, etc., para que podamos disfrutar de un verdadero y sólido consuelo. Este conocimiento se obtiene del evangelio, tal como se escucha, lee y aprehende por fe; porque solo promete liberación a aquellos que creen en Cristo.

III. Un conocimiento de la gratitud es necesario para nuestro consuelo:

a. Primero, porque Dios se complace en conceder liberación sólo a los agradecidos. Es sólo en una persona agradecida que se realiza su propósito, que es su gloria y gratitud de nuestra parte. La gratitud es, por lo tanto, el fin principal y el diseño de nuestra liberación. «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo». «Para ser adoptados hijos suyos para alabanza de la gloria de su gracia (1Juan 3:8; Efesios 1:4-5).

b. En segundo lugar, para que podamos devolver la gratitud que sea aceptable a Dios, quien no quiere que estemos agradecidos bajo ninguna otra forma que no sea la que Él ha prescrito en su Palabra. La verdadera gratitud, por lo tanto, no debe ser rendida de acuerdo con nuestra propia noción, sino que debe ser aprendida de la Palabra de Dios.

c. Tercero, para que sepamos que cualquier deber que realicemos hacia Dios y nuestro prójimo no es meritorio, sino que es una declaración de nuestro agradecimiento; porque lo que hacemos por gratitud, reconocemos que no lo hemos merecido.

d. Por último, para que nuestra fe y consuelo aumenten; o que, por esta gratitud podamos tener seguridad de nuestra liberación, a medida que nos familiarizamos con las causas de las cosas por sus efectos. Los que están agradecidos, reconocen y profesan que están seguros del bien que han recibido. Podemos aprender lo que es la verdadera gratitud, en general, del evangelio, porque requiere fe y arrepentimiento para que podamos ser salvos, como se dice: «Arrepentíos, y creed en el evangelio, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Marcos 1:15). En la ley, sin embargo, se enseña particularmente, porque declara claramente qué obras y qué modo de obediencia es agradable a Dios. Por lo tanto, debemos tratar necesariamente sobre la gratitud en el Catecismo.

Objeción. No es necesario enseñar lo que se sigue por sí solo. La gratitud naturalmente sigue al conocimiento de nuestra miseria y liberación. Por lo tanto, no hay necesidad de que se enseñe.

Respuesta. Hay aquí un razonamiento incorrecto al suponer algo como cierto en general, cuando lo es sólo en parte; porque no es una inferencia justa que debido a que la gratitud sigue al conocimiento de nuestra liberación de la miseria y la manera de hacerlo también debe seguir necesariamente. Por lo tanto, debemos aprender de las Sagradas Escrituras la naturaleza de la verdadera gratitud y la manera en que debe expresarse para que sea agradable y aceptable a Dios. Una vez más; la proposición principal no es universalmente cierta; porque lo que se sigue por sí mismo puede ser enseñado con el propósito de aumentar nuestro conocimiento y confirmarnos en ello. Y es a través de la revelación y el conocimiento de su Palabra, que Dios despierta, aumenta y confirma en nosotros la verdadera gratitud.

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Originalmente publicado en este enlace.