Autor: C. Bouwman

Traductor: Juan Flavio De Sousa

En las discusiones relacionadas con el Sabbat y la forma en que el cristiano de hoy debe guardarlo, de vez en cuando se escuchan referencias a los pensamientos de Juan Calvino sobre el tema. Calvino, leí una vez en un periódico reformado, «se opuso firmemente a cualquier sugerencia de una observancia de los días y una abstención literal del trabajo o la recreación sobre la base de que esto está ordenado en el cuarto mandamiento». En el Catecismo, proseguía el artículo, la Iglesia se hace eco de esta postura, ya que en el Día del Señor 38 no se hace mención alguna a no trabajar el domingo y que el Día del Señor 38 explica el cuarto mandamiento en términos de descansar no del trabajo, sino del mal. De manera tal que el cristiano puede entregarse al trabajo y a la recreación el día domingo siempre y cuando este trabajo o recreación no interfiera con los servicios de adoración.

La interrogante que deseo abordar en este artículo es la siguiente: ¿qué dice en realidad Calvino?

Calvino

En su «Institución de la Religión Cristiana», Calvino comienza su tratamiento del cuarto mandamiento con estas palabras (II,8.28):

«El propósito de este mandamiento es que, estando muertos a nuestras propias inclinaciones y obras, meditemos en el Reino de Dios, y que practiquemos esa meditación en las formas establecidas por Él. Pero, como este mandamiento tiene una consideración particular distinta de los demás, requiere un orden de exposición ligeramente diferente. Los primeros padres acostumbraban llamar a este mandamiento una prefiguración, porque contiene la observancia externa de un día que, a la venida de Cristo, fue abolido con las demás figuras. Esto lo dicen con verdad, pero tocan sólo la mitad del asunto. Por lo tanto, debemos profundizar en nuestra exposición, y ponderar tres condiciones en las que, me parece, consiste la observancia de este mandamiento.

En primer lugar, bajo el reposo del séptimo día el Legislador celestial quiso representar para el pueblo de Israel el reposo espiritual, en el que los creyentes debían dejar a un lado sus propias obras para permitir que Dios obrara en ellos. En segundo lugar, quiso decir que debía haber un día establecido para que se reunieran a escuchar la ley y realizar los ritos, o al menos para dedicarlo particularmente a la meditación de sus obras, y así, a través de este recuerdo, ser entrenados en la piedad. En tercer lugar, resolvió dar un día de descanso a los siervos y a los que estaban bajo la autoridad de otros, para que tuvieran algún respiro del trabajo».

Este párrafo inicial requiere una serie de comentarios.

En la primera frase citada, Calvino afirma que en el corazón de la enseñanza de este mandamiento se encuentra el conflicto entre la meditación espiritual, por un lado, y nuestras propias inclinaciones y obras pecaminosas, por el otro. Calvino considera que la raza humana está tan corrompida por el pecado que ningún hombre puede dedicar sus días a la contemplación de Dios y de su obra salvadora en Jesucristo. Con el cuarto mandamiento, dice Calvino, Dios dio a Israel la oportunidad de apartar un día de cada siete de las obras de esta vida y centrar su atención específicamente en el Señor Dios. El Sabbat, por tanto, es una institución que pertenece al mundo caído.

Calvino, de la misma manera que los primeros padres, vio en el cuarto mandamiento una «prefiguración» de la venida de Cristo. Específicamente, el patrón de un día libre de trabajo después de seis días de trabajo prefiguraba para Israel la liberación que Cristo obtendría de la esclavitud al pecado y a Satanás. Puesto que Cristo ha liberado a su pueblo de ambas esclavitudes, el Sabbat como señal se ha cumplido. Así que el pueblo de Dios hoy no necesita descansar un día después de seis días de trabajo; en cambio, en la dispensación del Nuevo Testamento el pueblo de Dios puede descansar todos los días, no del trabajo en sí, sino del mal.

Calvino, en desacuerdo con los primeros padres, vio más en el cuarto mandamiento que ellos. «Ellos tocan sólo la mitad del asunto». Calvino ve tres «condiciones» que requieren atención en consideración del cuarto mandamiento. Ellas son:

La cuestión del «descanso espiritual, en el que los creyentes deben dejar a un lado sus propias obras para permitir que Dios obre en ellos» (véanse los puntos 1 y 2 más arriba);

La necesidad de «un día señalado» en el que el pueblo de Dios pueda «reunirse para oír» la Palabra de Dios;

La voluntad de Dios de dar «un día de descanso a los siervos».

Calvino parece no tener claro por qué en el cuarto mandamiento Dios dio un día libre de cada siete (en lugar de, digamos, uno de cada cinco o de cada nueve). Dice:

«Si a alguien le disgusta esta interpretación del número siete por considerarla demasiado sutil, no tengo inconveniente en que la haga más sencilla, así: el Señor ordenó un día determinado en el que su pueblo pudiera, bajo la tutela de la ley, practicar una meditación constante sobre el descanso espiritual. Y asignó el séptimo día, ya sea porque anticipó que sería suficiente; o que, al proporcionar un modelo en su propio ejemplo, podría animar mejor al pueblo; o al menos señalarles que el Sabbat no tenía otro propósito que hacerlos conformes al ejemplo de su Creador. No importa qué interpretación aceptemos, siempre que mantengamos el misterio que se expone principalmente: el del descanso perpetuo de nuestros trabajos» (II.8.31).

Basándose en su indefinición sobre este punto, Calvino dice más tarde que no le importa qué día de la semana se reúne la iglesia del Nuevo Testamento para la adoración. Con mayor fuerza, incluso un patrón de uno entre siete podría cambiarse por otro de uno entre cinco…

Calvino insiste en que Dios desea que sus hijos se reúnan en todo tiempo y lugar. Sin embargo, Calvino no basa esta costumbre en el cuarto mandamiento. Él dice:

«Las reuniones de la iglesia nos son impuestas por la Palabra de Dios; y por nuestra experiencia diaria bien sabemos cómo las necesitamos. Pero ¿cómo pueden celebrarse tales reuniones a menos que hayan sido establecidas y tengan sus días señalados? Según la declaración del apóstol, «pero hágase todo decentemente y con orden» entre nosotros [1Corintios 14:40]» (II.8.32).

Obsérvese el argumento de Calvino. Tanto la Escritura como la experiencia nos enseñan que necesitamos reunirnos como Iglesia. ¿Cómo se determinará la frecuencia y las fechas de las reuniones? Calvino no encuentra la respuesta en el cuarto mandamiento, sino en el argumento de Pablo «decentemente y con orden».

De hecho, Calvino preferiría que se suprimieran por completo las distinciones entre días, y que el pueblo de Dios se reuniera «diariamente». Reconoce, sin embargo, que la debilidad e inmadurez espiritual de muchos en esta vida quebrantada hace imposible la realización de este ideal. Así pues, reservar un día de cada siete permite una realización parcial del ideal, del que todos son capaces (II.8.32).

Observo que esta adaptación al quebrantamiento de esta vida no hace mucha justicia a la autoridad de (uno de) los diez mandamientos.

Como consecuencia lógica de lo anterior, Calvino no considera decretado por Dios el cambio de la observancia del Sabbat o último día de la semana a la observancia del primer día de la semana (II.8.34). El cambio surgió por voluntad de la Iglesia del Nuevo Testamento. Calvino está de acuerdo en que su decisión de que el pueblo de Dios se reuniera el primer día de la semana fue una decisión adecuada, ya que Cristo resucitó ese primer día de la semana.

En la Institución, cuando Calvino concluye su discusión sobre el cuarto mandamiento, ofrece este resumen:

«Resumiendo: como la verdad fue entregada a los judíos bajo una figura, así se nos presenta a nosotros sin sombras. En primer lugar, hemos de meditar durante toda la vida en un eterno descanso sabático de todas nuestras obras, para que el Señor pueda obrar en nosotros por medio de su Espíritu. En segundo lugar, cada uno de nosotros, en privado, siempre que tenga tiempo libre, debe ejercitarse diligentemente en piadosa meditación sobre las obras de Dios. Además, todos debemos observar juntos el orden legal establecido por la Iglesia para la escucha de la Palabra, la administración de los sacramentos y las oraciones públicas. En tercer lugar, no debemos oprimir inhumanamente a los que nos están sometidos a nosotros» (II.8.34).

El lector notará que gran parte de la discusión anterior se repite en la conclusión de Calvino. Sus palabras finales sobre el asunto son las siguientes:

«Pero sobre todo debemos atenernos a esta doctrina general: que, para evitar que la religión perezca o decaiga entre nosotros, debemos frecuentar diligentemente las reuniones sagradas, y hacer uso de aquellas ayudas externas que puedan promover la adoración a Dios».

Nótese cómo esta palabra final se centra en el elemento práctico del cuarto mandamiento. Se trata de una regla, según Calvino, válida para todas las personas en todo momento.

Calvino, por supuesto, no solo escribió la Institución. De su mano han salido también comentarios sobre la mayoría de los libros de la Biblia, así como diversos tratados, cartas y –no olvidemos– catecismos. Especialmente a lo largo de sus comentarios Calvino ha tratado extensamente acerca del Sabbat, específicamente donde tenía que abordar pasajes de la Escritura que hablan del Sabbat. Sin embargo, en todo lo que Calvino escribe además sobre el Sabbat, en ninguna parte se aparta sustancialmente de lo que ha escrito en la Institución. Repetidamente encontramos los mismos tres énfasis antes mencionados, con el acento puesto en el primero de los tres, el «descanso espiritual».

Evaluación

El lector atento habrá percibido en los puntos anteriores que no estoy de acuerdo con la exposición que hace Calvino del cuarto mandamiento.

En el punto 1 llamo la atención sobre la afirmación de Calvino de que el conflicto entre la meditación espiritual, por un lado, y nuestras propias inclinaciones y obras pecaminosas, por otro, se encuentra en el corazón de este mandamiento. Esta afirmación presupone que el cuarto mandamiento sólo puede funcionar en un entorno de pecado. Sin embargo, el Señor nos ha dicho en Génesis 2 que Él guardó el Sabbat. Y en la razón para el Sabbat dada en el cuarto mandamiento en el monte Sinaí (Ex 20:8-10), Dios conecta específicamente el día de reposo humano con el Sabbat divino de Génesis 2. Un error básico en la enseñanza de Calvino sobre el Sabbat es que no tuvo en cuenta el Sabbat como una ordenanza de la creación.

Además, es ciertamente verdad que en el cuarto mandamiento el Señor enseñaría a Su pueblo que necesitan descansar del pecado. Pero esta instrucción es válida para todos los mandamientos. Cuando Dios dice en el sexto mandamiento que no he de matar, no solo me dice que nunca he de quitar la vida a mi prójimo, sino también que he de amar al prójimo y mostrarle paciencia, paz, amabilidad, misericordia y cordialidad. Cuando Dios dice en el séptimo mandamiento que no debo cometer adulterio, no solo me dice que evite los comportamientos no castos, sino también que sea tan puro y fiel como Él es puro y fiel. Es decir, con cada mandamiento Dios nos instruye para que descansemos del pecado (particular). Al atribuir al cuarto mandamiento una instrucción que es válida para todos los mandamientos, Calvino, de hecho, pasó por alto el punto fundamental del cuarto mandamiento del pacto de Dios.

Esto no quiere decir que no vea nada en la insistencia de Calvino de que Dios dio a Israel un día libre de trabajo a la semana como símbolo del descanso total del mal que Dios ha prometido a Su pueblo en Jesucristo. El argumento de Calvino tiene mérito, y en el Día del Señor 38 la Iglesia se hace eco con razón. Pero decir que el elemento del descanso del mal forma el corazón del cuarto mandamiento es realmente exagerar.

De nuevo, que el Señor permita un mandamiento menos «estricto» de lo que Él realmente desearía basándose en las debilidades del hombre caído, simplemente no hace justicia a la naturaleza de los mandamientos de Dios. En ninguno de los otros mandamientos Dios permite las debilidades humanas. El Señor Jesús, en su Sermón del Monte, expone la profundidad de los mandamientos con estas palabras: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mt 5:48; ver también vss 21-47).

En los escritos de Calvino sobre el cuarto mandamiento, en ninguna parte hace justicia a la segunda parte del mandamiento, es decir, a la instrucción de trabajar. Esto es comprensible, ya que pone tanto énfasis en el concepto de «descanso espiritual». Pero en el cuarto mandamiento, el Señor quiso dar algo más que una instrucción sobre el descanso de un día. En este mandamiento, Dios también da instrucciones sobre el trabajo de seis días. De hecho, se puede decir con razón que el descanso de un día estaba destinado a dar enfoque y propósito al trabajo de seis días. Todo el ámbito del mandato cultural, por lo tanto, se pone de relieve aquí.

Conclusión

El lector comprenderá que no pretendo que estos comentarios críticos erosionen el aprecio por Calvino. Fue y siguió siendo un hombre de Dios, utilizado en gran medida por Dios como una bendición para su Iglesia católica. Pero Calvino, como cualquier otro, fue hijo de su tiempo y reaccionó a la apostasía de su época. Sus enseñanzas sobre el Sabbat fueron una gran mejora sobre las enseñanzas de la justicia por obras de la iglesia católica romana de su tiempo, pero no hicieron plena justicia a la Palabra de Dios.

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Originalmente publicado en este enlace.