Autor: Greg Bahnsen.
Traductor: Juan Flavio De Sousa.
La razón misma por la que los cristianos son puestos en la posición de dar razonada cuenta de la esperanza que hay en ellos es que no todos los hombres tienen fe. Debido a que hay un mundo que evangelizar (hombres que no se han convertido), existe la necesidad de que el creyente defienda su fe, la evangelización lleva naturalmente a la apologética. Esto indica que la apologética no es una mera cuestión de «debates intelectuales»; es una seria cuestión de vida o muerte: vida o muerte eternas. El apologista que no tiene en cuenta la naturaleza evangelizadora de su argumentación es cruel y orgulloso. Cruel porque pasa por alto la necesidad más profunda de su oponente y orgulloso porque está más preocupado por demostrar que no es un tonto académico que por mostrar cómo toda la gloria pertenece al Dios misericordioso de toda verdad. El evangelismo nos recuerda quiénes somos (pecadores salvados por la gracia) y qué necesitan nuestros oponentes (conversión del corazón, no simples proposiciones modificadas). Creo, por tanto, que la naturaleza evangelizadora de la apologética nos muestra la necesidad de seguir una defensa presuposicional de la fe. En contraste con este enfoque se sitúan los numerosos sistemas de argumentación autónoma neutral.
A veces, la exigencia de asumir una postura neutral, una actitud de no compromiso hacia la veracidad de las Escrituras, se escucha en el ámbito de la erudición cristiana (ya sea en el campo de la historia, la ciencia, la literatura, la filosofía o cualquier otro). Los profesores, investigadores y escritores suelen pensar que la honestidad les exige dejar de lado todo compromiso claramente cristiano cuando estudian en un área que no está directamente relacionada con los asuntos del culto dominical. Razonan que, puesto que la verdad es verdad dondequiera que se encuentre, uno debería ser capaz de buscar la verdad bajo la guía de los pensadores aclamados en el campo, incluso si son seculares en su punto de vista. «¿Es realmente necesario atenerse a las enseñanzas de la Biblia si se quiere entender correctamente la Guerra de 1812, la composición química del agua, las obras de Shakespeare o las reglas de la lógica?». Tal es su pregunta retórica. De este modo surge la exigencia de neutralidad en el ámbito de la apologética (defensa de la fe). Algunos apologistas nos dicen que perderían toda audiencia con el mundo incrédulo si abordaran la cuestión de la veracidad de las Escrituras con una respuesta preconcebida a la pregunta. Según este punto de vista, debemos estar dispuestos a abordar el debate con los incrédulos con una actitud común de neutralidad, una actitud de «nadie lo sabe todavía». Debemos asumir lo menos posible desde el principio, se nos dice; y esto significa que no podemos asumir ninguna premisa cristiana o enseñanza de la Biblia. Así, el cristiano está llamado a renunciar a sus creencias religiosas distintivas, a «ponerlas en el estante» temporalmente, a adoptar una actitud neutral en su pensamiento. A Satanás le encantaría que esto sucediera. Más que cualquier otra cosa, esto impediría la conquista del mundo a la creencia en Jesucristo como Señor. Más que nada, esto haría a los cristianos profesantes impotentes en su testimonio, ineficaces en su evangelismo e impotentes en su apologética. El neutral apologético debería reflexionar sobre la naturaleza de la evangelización; tal reflexión demuestra que (al menos) de las siguientes siete maneras la evangelización requiere una apologética presuposicional. Al intentar dar buenas nuevas al mundo incrédulo, al neutral se le roba su tesoro. Contrariamente a la demanda de neutralidad, la palabra de Dios exige una lealtad sin reservas a Dios y a su verdad en todos nuestros pensamientos y esfuerzos académicos. Y lo hace por una buena razón.
Pablo declara infaliblemente en Colosenses 2:3-8 que «todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos en Cristo». Nótese que dice que toda la sabiduría y el conocimiento están depositados en la persona de Cristo; ¡ya sea sobre la Guerra de 1812, la composición química del agua, la literatura de Shakespeare o las leyes de la lógica! Toda búsqueda académica y todo pensamiento deben estar relacionados con Jesucristo, porque Jesús es el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6). Evitar a Cristo en su pensamiento en cualquier punto, entonces, es ser engañado, falso y espiritualmente muerto.
Dejar de lado los compromisos cristianos cuando se trata de defender la fe es apartarse voluntariamente del único camino hacia la sabiduría y la verdad que se encuentra en Cristo. Temer al Señor no es el fin ni el resultado del conocimiento; reverenciarlo es el principio del conocimiento (Pr 1:7; 9:10). Pablo llama nuestra atención sobre la imposibilidad de la neutralidad «para que nadie os engañe con palabras persuasivas». Por el contrario, como exhorta Pablo, debemos estar firmes, confirmados, arraigados y establecidos en la fe, tal como se nos enseñó (v. 7). Uno debe estar presuposicionalmente comprometido con Cristo en el mundo del pensamiento (más que neutral) y firmemente atado a la fe que se le ha enseñado, o de lo contrario la argumentación persuasiva del pensamiento secular lo engañará. De ahí que el cristiano esté obligado a presuponer la palabra de Cristo en todos los ámbitos del conocimiento; la alternativa es el engaño. En el versículo 8 de Colosenses 2, Pablo dice: «Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas». Al intentar ser neutral en tu pensamiento eres un blanco principal para ser robado; robado por «vanas filosofías» de «todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» que están depositados en Cristo solamente (v. 3). La mente oscurecida del incrédulo es una expresión de su necesidad de ser evangelizado.
Pablo nos dice en Efesios 4 que seguir los métodos dictados por la perspectiva intelectual de los que están fuera de una relación salvadora con Dios es tener una mente vana y un entendimiento entenebrecido (vv. 17-18). El pensamiento neutral, pues, se caracteriza por la inutilidad intelectual y la ignorancia. En la luz de Dios podemos ver la luz (cf. Sal 36:9). Apartarse de la dependencia intelectual de la luz de Dios, de la verdad sobre Dios y procedente de Dios, es apartarse del conocimiento hacia las tinieblas de la ignorancia. Por lo tanto, si un cristiano desea comenzar sus esfuerzos académicos desde una posición de neutralidad, en realidad estaría dispuesto a comenzar su pensamiento en la oscuridad. No permitiría que la palabra de Dios fuera una luz en su camino (cf. Sal 119:105). Caminando en la neutralidad, estaría tropezando en la oscuridad. Ciertamente, Dios no se siente honrado por tal pensamiento como debiera, y en consecuencia Dios hace vano tal razonamiento (Ro 1:21b). La neutralidad equivale a vanidad a los ojos de Dios.
Esa «filosofía» que no encuentra su punto de partida y dirección en Cristo es descrita con más detalle por Pablo en Colosenses 2:8. Pablo no está en contra del «amor a la sabiduría» (es decir, del griego «filosofía») per se. La filosofía está bien siempre que uno encuentre la verdadera sabiduría, lo que para Pablo significa encontrarla en Cristo (Col 2:3). Sin embargo, hay un tipo de «filosofía» que no parte de la verdad de Dios, de la enseñanza de Cristo. Esta filosofía toma su dirección y encuentra su origen en los principios aceptados por los intelectuales del mundo, en las tradiciones de los hombres. Tal filosofía es el tema de la desaprobación de Pablo en Colosenses 2:8. Es instructivo para nosotros, especialmente si somos propensos a aceptar las exigencias de neutralidad en nuestro pensamiento, investigar sus caracterizaciones de ese tipo de filosofía.
Pablo dice que es «vano engaño». ¿Qué tipo de pensamiento es el que puede caracterizarse como «vano»? La respuesta se encuentra comparando y contrastando los pasajes de las Escrituras que hablan de la vanidad (p. ej., Dt 32:47; Flp 2:16; Hch 4:25; 1Co 3:20; 1Ti 1:6; 6:20; 2Ti 2:15-18; Tit 1:9-10). El pensamiento vano es el que no está de acuerdo con la Palabra de Dios. Un estudio similar demostrará que el pensamiento «engañoso» es el que se opone a la Palabra de Dios (Heb 3:12-15; Ef 4:22; 2 Ts 2:10-12; 2P 2:13). El «vano engaño» contra el que Pablo advierte, entonces, es la filosofía que opera aparte de, y en contra de, la verdad de Cristo. Nótese el mandato de Efesios 5:6: «Nadie os engañe con palabras vanas». En Colosenses 2:8 se nos dice que tengamos cuidado de no ser robados mediante «huecas sutilezas». Pablo además caracteriza este tipo de filosofía como «según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo». Es decir, esta filosofía deja de lado la palabra de Dios y la anula (cf. Mc 7:8-13), y lo hace partiendo de los elementos de aprendizaje dictados por el mundo (es decir, los preceptos de los hombres; cf. Col 2:20, 22). La filosofía que Pablo desprecia es aquel razonamiento que sigue las presuposiciones (los supuestos elementales) del mundo y, por tanto, «no es según Cristo».
El neutral pasa por alto esa antítesis entre el cristiano y el no cristiano que explica por qué el creyente está en condiciones de ayudar al no creyente. En Efesios 4:17-18, Pablo ordena a los seguidores de Cristo que «ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón». Los creyentes cristianos no deben andar, no deben comportarse o vivir, de una manera que imite el comportamiento de los que no están redimidos; específicamente, Pablo prohíbe al cristiano imitar la vanidad de mente del incrédulo. Los cristianos deben negarse a pensar o razonar según una mentalidad o perspectiva mundana. El agnosticismo culpable de los intelectuales del mundo no debe reproducirse en los cristianos como supuesta neutralidad; esta perspectiva, este enfoque de la verdad, este método intelectual evidencia un entendimiento oscurecido y un corazón endurecido. Se niega a someterse al señorío de Jesucristo en todos los ámbitos de la vida, incluidos la erudición y el mundo del pensamiento. Todo hombre, ya sea un antagonista o un apologista del Evangelio, se distinguirá a sí mismo y a su pensamiento ya sea por contraste con el mundo o por contraste con la palabra de Dios. El contraste, la antítesis, la elección es clara: o ser apartado por la palabra veraz de Dios o ser alienado de la vida de Dios. O tener «la mente de Cristo» (1Co 2:16) o la «vanidad de la mente de los gentiles» (Ef 4:17). O llevar «cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo» (2Co 10:5) o continuar como «enemigos en vuestra mente» (Col 1:21).
Los que siguen el principio intelectual de la neutralidad y el método epistemológico de la erudición incrédula no honran el señorío soberano de Dios como deberían; como resultado, su razonamiento es vano (Ro 1:21). En Efesios 4, como hemos visto, Pablo prohíbe al cristiano seguir esta mentalidad vana. Pablo continúa enseñando que el pensamiento del creyente es diametralmente opuesto al pensamiento ignorante y oscurecido de los gentiles. «Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo» (v. 20). Mientras que los gentiles son ignorantes a «la verdad que está en Jesús» (v. 21). A diferencia de los gentiles, que están alejados de la vida de Dios, el cristiano se ha despojado del hombre viejo y ha sido «renovado en el espíritu de vuestra mente» (vv. 22-23). Este «hombre nuevo» se distingue por la «santidad de la verdad» (v. 24). El cristiano es completamente diferente del mundo en lo que se refiere al intelecto y la erudición; no sigue los métodos neutrales de la incredulidad, sino que, por la gracia de Dios, tiene nuevos compromisos, nuevos presupuestos, en su pensamiento.
Intentar ser neutral en los esfuerzos intelectuales (ya sea en la investigación, la argumentación, el razonamiento o la enseñanza) equivale a esforzarse por borrar la antítesis entre el cristiano y el incrédulo. Cristo declaró que el primero estaba separado del segundo por la verdad de la palabra de Dios (Jn 17:17). Aquellos que desean ganar dignidad a los ojos de los intelectuales del mundo llevando la insignia de la «neutralidad» solo lo hacen a costa de negarse a ser apartados, por la verdad de Dios. En el ámbito intelectual son absorbidos por el mundo de modo que nadie podría distinguir entre su pensamiento y sus suposiciones y el pensamiento y las suposiciones apóstatas. La línea entre creyente e incrédulo se oscurece. Tal compromiso ni siquiera es posible. «Ninguno puede servir a dos señores» (Mt 6:24). «Cualquiera, pues, que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios» (Stg 4:4). La naturaleza de la conversión no es neutralidad y autonomía continuas, sino fe y sumisión al señorío de Cristo.
Cuando uno se convierte en cristiano, su fe no ha sido generada por los patrones de pensamiento de la sabiduría mundana. El mundo, en su sabiduría, no conoce a Dios (1Co 1:21), sino que considera necia la palabra de la cruz (1Co 1:18, 21b). Si uno mantiene la perspectiva del mundo, entonces, nunca verá la sabiduría de Dios por lo que realmente es; por lo tanto, nunca estará «en Cristo Jesús», que es hecho a los creyentes «sabiduría de Dios» (1Co 1:30). De ahí que la fe, y no la vista autosuficiente, te hace cristiano, y esta confianza se dirige a Cristo, no a tu propio intelecto. Esto quiere decir que la manera de recibir a Cristo es apartarse de la sabiduría de los hombres (la perspectiva del pensamiento secular con sus presuposiciones) y ganar, por la iluminación del Espíritu Santo, la mente de Cristo (1Co 2:12-16). Cuando uno se convierte en cristiano, su fe no se apoya en la sabiduría de los hombres, sino en la poderosa demostración del Espíritu (1Co 2:4-5).
Además, lo que el Espíritu Santo hace a todos los creyentes es «llamar a Jesús Señor» (1Co 12:3). Jesús fue crucificado, resucitó y ascendió para que se le confesara como Señor (cf. Ro 14:9; Flp 2:11). Así, Pablo puede resumir el mensaje que hay que confesar para salvarse: «Jesús es el Señor» (Ro 10:9). Para llegar a ser cristiano, uno se somete al señorío de Cristo; renuncia a la autonomía y se somete a la autoridad del Hijo de Dios. Aquel a quien Pablo dice que recibimos, según Colosenses 2:6, es Cristo Jesús el Señor. Como Señor del creyente, Cristo exige que el cristiano le ame con todas sus facultades (incluida la mente, Mt 22:37); todo pensamiento debe ser llevado cautivo a la obediencia de Cristo (2Co 10:5).
Por lo tanto, el apologista evangelístico debe venir y razonar como un hombre nuevo si ha de dirigir al incrédulo; su argumentación debe ser consistente con el fin hacia el cual apunta. Observamos que la precondición incondicional de la genuina erudición cristiana es que el creyente (junto con todo su pensamiento) esté «arraigado en Cristo» (Col 2:7). Pablo nos ordena estar arraigados en Cristo y rehuir los presupuestos del secularismo. En el versículo 6 de Colosenses 2, explica de forma muy sencilla cómo debemos hacer para que nuestras vidas (incluidos nuestros esfuerzos académicos) estén arraigadas en Cristo y, de este modo, garantizar que nuestro razonamiento esté guiado por presupuestos cristianos. Dice: «Así que, como recibisteis al Señor Jesucristo, andad en él»; es decir, andad en Cristo de la misma manera que lo recibisteis. Si haces esto, serás «confirmado en tu fe, así como fuiste enseñado». ¿Cómo, pues, llegaste a ser cristiano? De la misma manera debes crecer y madurar en tu caminar cristiano. Arriba vimos que nuestro caminar no honra los patrones de pensamiento de la sabiduría mundana, sino que se somete al señorío epistémico de Cristo (es decir, su autoridad en el área del pensamiento y el conocimiento). De este modo, la persona llega a la fe, y de este modo el creyente debe seguir viviendo y llevando a cabo su vocación, incluso cuando se ocupa de la erudición, la apologética o la escolarización.
Por lo tanto, el hombre nuevo, el creyente con una mente renovada que ha sido enseñada por Cristo, ya no debe andar en la vanidad intelectual y las tinieblas que caracterizan al mundo incrédulo (léase Ef 4:17-21). El cristiano tiene nuevos compromisos, nuevas presuposiciones, un nuevo Señor, una dirección y meta: es un hombre nuevo; y esa novedad se expresa en su pensamiento y erudición, pues (como en todas las demás áreas) Cristo debe tener la preeminencia en el ámbito de la apologética y la evangelización (Col 1:18b).
Para que el evangelista sea convincente en su testimonio, debe apoyarse en una base firme de conocimiento. Dios nos dice que apliquemos nuestros corazones a su conocimiento si queremos conocer la certeza de las palabras de verdad (Pr 22:17-21). Es característico de los filósofos de hoy negar que exista la verdad absoluta o negar que se pueda tener la certeza de conocer la verdad: o no existe o es inalcanzable. Sin embargo, lo que Dios nos ha escrito (es decir, la Escritura) puede «hacerte saber la certidumbre de las palabras de verdad» (vv. 20-21). La verdad es accesible. Sin embargo, para captarla firmemente hay que atender al mandato del versículo 17b: «aplica tu corazón a mi sabiduría». El conocimiento de Dios es primordial, y todo lo que el hombre ha de conocer solo puede basarse en la recepción de lo que Dios ha conocido original y finalmente. El hombre debe pensar los pensamientos de Dios según Él, porque «en tu luz veremos la luz» (Sal 36:9).
El testimonio de David fue que «Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas» (Sal 18:28). A las tinieblas de la ignorancia del hombre, la ignorancia que resulta del intento de autosuficiencia, llegan las palabras de Dios, que traen luz y comprensión (Sal 119:130). Así, Agustín dijo correctamente: «Creo para comprender». La comprensión y el conocimiento de la verdad son los resultados prometidos cuando el hombre hace de la Palabra de Dios (que refleja el conocimiento primario de Dios) su punto de partida presuposicional para todo pensamiento. «Hijo mío, está atento a mi sabiduría, y a mi inteligencia inclina tu oído, para que guardes consejo, y tus labios conserven la ciencia» (Pr 5:1-2).
El neutral olvida el carácter gratuito de su salvación. Sin embargo, hacer de la Palabra de Dios tu presupuesto, tu norma, tu instructor y tu guía, exige renunciar a la autosuficiencia intelectual: la actitud de que eres autónomo, capaz de alcanzar el verdadero conocimiento independientemente de la dirección y las normas de Dios. El hombre que pretende (o persigue) la neutralidad en su pensamiento no reconoce su total dependencia del Dios de todo conocimiento para todo lo que ha llegado a comprender sobre el mundo. Tales hombres dan la impresión (a menudo) de que son cristianos solo porque ellos, como intelectos superiores, han descifrado o verificado (en un grado grande o significativo) las enseñanzas de las Escrituras. En lugar de comenzar con la Palabra segura de Dios como fundamento de sus estudios, nos quieren hacer pensar que comienzan con la autosuficiencia intelectual y (usando esto como su punto de partida) trabajan hasta una aceptación «racional» de la Escritura. Aunque los cristianos pueden caer en un espíritu autónomo mientras siguen sus esfuerzos eruditos, aun así, esta actitud no es consistente con la profesión y el carácter cristianos. «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Pr 1:7). Todo conocimiento comienza con Dios y, por tanto, quienes deseamos tener conocimiento debemos presuponer la palabra de Dios y renunciar a la autonomía intelectual. «No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; porque el Dios de todo saber es Jehová, y a él toca el pesar las acciones» (1S 2:3).
Jehová es quien enseña al hombre el conocimiento (Sal 94:10). Así que todo lo que tenemos, incluso el conocimiento que tenemos sobre el mundo, nos ha sido dado por Dios. «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1Co 4:7). ¿Por qué, pues, se enorgullecen los hombres de su autosuficiencia intelectual? «Como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor» (1Co 1:31). La sumisión humilde a la Palabra de Dios debe preceder a toda búsqueda intelectual del hombre.
La apologética es de naturaleza evangelística. El apologista trata con personas que tienen mentes oscurecidas, huyendo de la luz de Dios, negándose a someterse al Señor. El apologista no debe demostrar la misma mentalidad esforzándose por una neutralidad que, en efecto, lo pone en el mismo atolladero. Debe aspirar a la conversión del antagonista incrédulo, por lo que debe desalentar la autonomía y fomentar la fe sumisa. El apologista debe demostrar, incluso en su método de argumentación, que es un hombre nuevo en Cristo; utiliza presupuestos que están en desacuerdo con el mundo. Hace de la Palabra de Dios su punto de partida, sabiendo que solo ella le da el conocimiento seguro que el incrédulo no puede tener mientras esté en rebelión contra Cristo. El pensamiento del no cristiano no tiene fundamento firme, pero el cristiano declara la Palabra autorizada de Dios. Si no lo hiciera, no podría evangelizar en absoluto: solo podría poner en común su ignorancia y especulación con el no creyente. Al hacerlo, el cristiano sería despojado de todo el tesoro de sabiduría y conocimiento que está depositado solo en Cristo. Además de esto, el apologista que intenta mostrar su autosuficiencia intelectual pasando a una posición de neutralidad para poder «probar» ciertas verdades aisladas del sistema cristiano, olvida que solo la gracia lo ha convertido en el cristiano que es; en cambio, debe seguir pensando y comportándose de la misma manera en que recibió a Cristo (por la fe, sometiéndose al Señorío de Cristo).
Por lo tanto, a la luz del carácter de la evangelización, la naturaleza del incrédulo, la naturaleza del apologista regenerado, la naturaleza de la conversión, la naturaleza del conocimiento genuino y la salvación, el apologista cristiano debe usar un enfoque presuposicional en su defensa de la fe. El carácter evangelístico de la apologética exige nada menos que «sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1P 3:15); «porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2Co 10:4-5).
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