De la edición facsímil de: “Les Pseaumes mis en rime françoise par Clément Marot et Théodore de Béze. Musicalizado en cuatro partes por Claude Goudimel. Por los herederos de François Jacqui” (1565)
Publicado bajo los auspicios de La Société des Concerts de la Cathédrale de Lausanne y editado, en francés, por Pidoux, Pierre, y en alemán por Ameln, Konrad. (Baeroenreiter-Verlag, Kassel, 1935).
Porque nuestro Señor no instituyó el orden que debemos observar cuando nos reunimos en su Nombre, únicamente para divertir al mundo viéndolo y mirándolo; más bien, sin embargo, deseaba que el beneficio llegara a todo su pueblo: como lo atestigua san Pablo, ordenando que todo lo que se hace en la Iglesia se dirija hacia la edificación común de todos: esto el siervo no lo habría ordenado si no hubiera sido la intención del Maestro. Pero esto no se puede hacer a menos que se nos instruya a entender todo lo que ha sido ordenado para nuestro beneficio. Porque decir que somos capaces de tener devoción, ya sea en oraciones o ceremonias, sin entender nada de ellas, es una gran burla, por mucho que se diga comúnmente. Esta es una cosa que no es ni muerta ni bestial, este buen afecto hacia Dios: más bien es un movimiento vivo, procedente del Espíritu Santo, cuando el corazón es tocado adecuadamente, y el entendimiento iluminado. Y, de hecho, si uno es capaz de ser edificado por las cosas que uno ve, sin saber lo que significan, San Pablo no prohibiría hablar tan rigurosamente en una lengua desconocida: y no usaría este razonamiento, que no hay edificación, a menos que haya una doctrina. Sin embargo, si realmente deseamos honrar las santas ordenanzas de nuestro Señor que usamos en la Iglesia, lo principal es saber lo que contienen, lo que quieren decir y con qué fin tienden, a fin de que su uso pueda ser útil y saludable, y en consecuencia dirigidas correctamente.
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